Ahora que, gracias a nuestros vecinos árabes, la palabra “democracia” parece que ha vuelto a ponerse de moda conviene aprovechar el impulso. Hemos vuelto a “descubrir” que la democracia es algo fundamental, una forma de vivir por la que claman muchos pueblos. En estos lares nos sentimos a salvo de esas convulsiones. Vivimos (aparentemente) instalados en un régimen democrático que podría ser la envidia de los demás. Pero ¿es esto exactamente así? ¿qué hay debajo de la alfombra? Con las elecciones a la vista resulta desalentador comprobar de nuevo algunas cosas. Por ejemplo: ver a las mismas personas presentarse una y otra vez a los mismos puestos (o a otros, que lo importante es pillar algo). Es uno de nuestros males endémicos: la profesionalización de la política o, lo que es lo mismo, la desvirtuación de la democracia. Hay algunos políticos de toda la vida que le tienen pánico a verse sin el coche oficial, volver al anterior trabajo (si lo tiene) o abandonar la parcelita del ordeno y mando. Además, más de uno debe pensar que sin él deviene el caos. Alguno debe haberse planteado el reto de salir con los pies por delante del despacho. ¡Con lo bien que se vive sabiendo que uno no es imprescindible! En esta sociedad del ultraliberalismo globalizado los ciudadanos cada vez pintamos menos. Se nos ha dicho que algo tan esencial para la vida del personal como la política económica escapa a nuestras entendederas y a nuestra voluntad. Eso es cosa del Banco Central Europeo o del Fondo Monetario Internacional -argumentan. Es decir, que al final quienes toman las decisiones importantes no han sido en ningún modo elegidos por la ciudadanía. Bonita forma de democracia. Muchos querrían reducir la cosa al cumplimiento del voto cada cuatro años y, además, entre tres o cuatro partidos (que votar a otros es “desperdiciar” el voto). Partidos que para encontrar entre ellos diferencias de fondo habría que hacer un concienzudo estudio con lupa. Al final tenemos otra forma de perversión: la partitocracia, que es a la democracia lo que la arteriosclerosis a la circulación de la sangre. La partitocracia, el reparto del pastel entre los partidos de siempre, estrangula el libre juego de la democracia y constituye una forma sutil de control social. De esta manera los partidos se comportan más como empresas que como fórmulas de representación social e ideológica. Particularmente, a quien suscribe, le resulta desagradable asistir al desempolvamiento de las mismas pancartas por estas fechas pre-electorales. Presenciar de nuevo el pulso entre las distintas estrategias publicitarias, técnicas de mercadotecnia política, arrebatos de entusiasmo ciudadano, caravanas de coche con las mismas sintonías elección tras elección y las viejas y desgastadas banderitas al aire, propósitos de enmienda o de cambiarlo todo para que al final todo siga igual. Cansino, muy cansino ¿no les parece? Si de verdad se quisiera profundizar en la democracia se avanzaría en cosas tales como: listas abiertas (¿por qué no votar directamente al candidato a un puesto de representación entre los que presenta un partido y no únicamente al que encabeza la lista?), programas participativos (si uno tuviera que suscribir el cien por cien de un programa electoral para votar a un partido jamás pasaría del voto en blanco), fomento de una auténtica participación ciudadana (¿por qué no permitir que sean los administrados los que decidan directamente las prioridades del gasto público?), limitación estricta de la duración de un cargo político (una porrada de años de una misma persona al frente de un mismo puesto no puede ser bueno, se termina pensando que el ayuntamiento o lo que sea es una extensión del patio de su casa) y un largo etcétera. En fin, estas y otras cosas, supondrían una auténtica “regeneración democrática”. Una palabra que escasamente se oye pero que es más necesaria que nunca. Así que visto lo visto me parece que no estamos aquí para tirar cohetes ni para dar demasiadas lecciones de democracia. El único camino posible entonces es profundizar en ello. Hace falta ¡más democracia! Y menos propaganda.
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