Hay que tener un cerebro del tamaño de una almendra para pensar que la salida a esta crisis la van a protagonizar quienes son los responsables de este desaguisado. El amplio espectro de la derecha (la real, la oficiosa y la disimulada) debe estar que no cabe en sí de gozo contemplando este gigantesco proceso de desmantelamiento del Estado del Bienestar y de los derechos laborales y civiles conquistados en las últimas décadas. Obviamente, la única respuesta social, efectiva y contundente a esta estafa en forma de crisis debe proceder de la izquierda. Ahora bien, en esta tesitura la izquierda tiene que estar a la altura del enorme envite que se nos viene encima. El actual panorama, caracterizado por la desarticulación, el numantinismo y el cainismo de diverso signo en los que incurren un día sí y otro también los distintos grupos políticos de la izquierda real es el mejor caldo posible para el desguace total en el que estamos inmersos. El despiste y la desazón que en grandes sectores de la población provoca que un partido autodenominado de izquierda (no sé si aún siguen utilizando esa denominación o ya la han sustituido en sus manuales de estilo por algún eufemismo) como es el PSOE lleve a cabo políticas neoliberales sin rubor alguno, al menos en lo que verdaderamente da de comer (o mejor lo quita) como es la economía, ha causado un daño tremendo a la causa verdaderamente progresista. El caso es que ahora parece que al PSOE sus propios complejos y su deriva esquizofrénica le va a pasar factura lo cual supone un reto añadido para quienes aún piensa que las personas están antes que las finanzas. La izquierda que necesitamos en estos momentos es la izquierda que es capaz de ponerse de acuerdo ella misma en lo esencial, con altura de miras y el periscopio puesto en lo que tenemos por delante, esto es, en las tremendas dosis de sufrimiento que los mercados y toda esa jerga mercantil aledaña van a causar a una multitud de personas. Este y no otro es el verdadero enemigo. ¿Quién va a poner el freno a este disparate?, ¿quién va a ejercer de paraguas de los desprotegidos?, ¿quién va a ser la voz de la legión de desposeídos que empezarán a vagar por doquier?, ¿quién se opondrá enérgicamente al avance de las tesis negacionistas del cambio climático que se abren paso con fuerza día a día? El 15M, con todo lo que tiene de vendaval de aire fresco, ha puesto de manifiesto también una importante debilidad: su renuncia a una organización efectiva y su rechazo frontal a generar nuevos liderazgos (obsesionados por el prurito de no caer en en las prácticas del sistema al que se oponen, no sin razón, frontalmente). Son estos dos elementos, precisamente, organización y liderazgo, lo que se requiere perentoriamente hoy en día. Pero, eso sí, ambas cosas mediatizadas por un requisito previo fundamental: el escrupuloso respeto a los procedimientos democráticos. Así que, hoy más que nunca, la izquierda tiene que llegar a un gran consenso para pasar a lo que verdaderamente importa: la lucha social que tenemos por delante en un escenario cada día más parecido a La Matanza de Texas (que se lo cuenten a los griegos).
Observando el panorama tengo la impresión de que el escenario político se puede parecer al que se produjo en Francia hace unos años cuando Europe Écologie superó en votos al partido socialista francés
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