Dos años después de la concesión del Premio Nobel de la Paz a Barack Obama, ¿el jurado habría tomado hoy la misma decisión?, ¿ha convertido el presidente de los EE.UU aquellas esperanzas en realidad?, ¿el presidente que iba a terminar con el agujero negro de Guantánamo y acaba de negar al Estado Palestino ha acreditado su condición de “Príncipe de la Paz”? Evidentemente no. Después de la solemne metedura de pata que supuso este galardón, sumado a otros desaguisados históricos, la Academia Sueca vuelve por el camino de la racionalidad al otorgárselo a tres mujeres que se han destacado por su lucha por los Derechos Humanos. Las liberianas Ellen Johnson Sirleaf y Leymah Gbowee y la yemení Tawakkul Karman. Un rápido vistazo a los perfiles de urgencia que han lanzado las agencias después de conocerse el fallo del jurado muestran a tres mujeres que han desempeñado una labor titánica en el peor contexto imaginable. Su condición de mujeres en entornos claramente hostiles representa un plus añadido extraordinario. De esta forma la Academia visibiliza aquello que la ciudadanía mundial necesita conocer, valorar y apoyar, que no es otra cosa que la lucha por los Derechos Humanos y la paz mundial. Y éste debiera ser el papel de una institución como la sueca. Hay que esperar que hayan aprendido de sus errores y dejen de jugar en el futuro la carta del oportunismo político y los intereses diplomáticos. Una vez tachados algunos pegostes de la lista de premios nobel hay que saludar con satisfacción la más que merecida incorporación de estas tres mujeres, que a buen seguro se convertirán en un referente ético del que tan necesitado estamos.
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