miércoles, 26 de octubre de 2011

El Aula (17) Docencia y sentido

A José Mª Toro, por sus múltiples regalos.

Nada tiene un sentido intrínseco. Como mucho podríamos decir que el único propósito de la vida es asegurarse que las cadenas de transmisión del ADN no se interrumpan. Pero, bueno, está claro que este planteamiento tan descarnado difícilmente puede satisfacernos. Así que no nos queda más remedio a nosotros, seres dotados de conciencia (no todos), que poner sentido donde no lo hay, al menos para poder ir tirando. Y es ésta una tarea que muchas veces debemos encarar colectivamente puesto que no hay propósitos que nos atañan a nosotros solos. En el universo de la educación es quizás donde más perentoriamente tenemos que dotarnos de sentido. ¿Qué significa 'educar'?, ¿cuál es papel del docente y su inserción en la compleja red social en la que se encuentra?, ¿qué se espera de él?, ¿cuáles son los fines de la educación y cuáles los medios? El caso es que estas cuestiones no tienen un respuesta unívoca y definitiva. Pertenecen al registro más profundo de la función educativa y se nos presentan fastidiosamente una y otra vez a lo largo de nuestra vida profesional. Hay quienes pretenden obviarlas y cierran la cuestión dando un sonoro capertazo: ¡a mi me pagan para enseñar esto o lo otro! Y quizás tengan razón, sobre todo porque cuando superaron un proceso de oposición o los llamaron de unas listas de sustitución les hicieron creer que la cosa sería tan fácil como eso. Nos dijeron que íbamos a tener alumnos y nos encontramos con personas. Nos hicieron presentar una programación didáctica para jovencitos modélicos que iban reconocer nuestra autoridad de entrada con un sonoro taconazo e iban asistir extasiados ante nuestro imponente magisterio y nos encontramos con una tribu desconocida. ¡Nadie nos advirtió de esto! Nos apabullan con programaciones, con unidades didácticas hasta para ir al baño, con procesos evaluadores de competencias y pretendemos que ese océano de vida multiforme que puebla las aulas entre por el ojo de esa aguja. Siempre he pensado que lo esencial de la educación se resume en un principio muy sencillo: en la transmisión de un legado que un maestro adulto pone en las manos de un joven alumno. Pero ¿qué legado?, ¿de qué manera se transmite? y, sobre todo, ¿para qué hacerlo?
Estas reflexiones me vienen a la cabeza después de la visita a mi centro de José Mª Toro, un escritor y formador de maestros, que tiene esa terrible manía de confrontarnos con el sentido profundo de nuestra tarea como docentes. Vale la pena pararse de vez en cuando y pensar. Sobre todo porque el accionismo, (término acuñado por Theodor Adorno para designar esa tendencia irreprimible de algunos a la acción sin reflexión previa) suele tener consecuencias bastante contraproducentes. La principal de ella es que la fuerza de los hechos terminará, como muy bien insiste José Mª, por descentrarnos. Y un profesor descentrado es una baja que no nos podemos permitir en esta lucha sin fin por la humanización del individuo que es la educación.

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