Normalmente suelo esperar a la publicación en papel de la Revista Tangentes para colgar en este blog mi colaboración mensual. Pero en esta ocasión, dada la jornada que estamos viviendo, no he podido resistirme a adelantarme unos días. Nos estamos jugando el expedir o no el certificado de defunción de la clase trabajadora.
Imagínese la siguiente escena: un niño cose con una gran aguja unos zapatos, está encadenado a su banco de trabajo, se encuentra en una gran sala lóbrega junto a muchos otros niños y adultos en las mismas condiciones. Trabaja unas catorce horas diarias. Recibe un mísero salario que apenas le da para comprar unos mendrugos de pan y un poco de leche al día. Por supuesto no tiene días libres y si se pone enfermo no trabaja y por tanto no cobra. Trabaja en silencio y da gracias por la suerte que ha tenido al ser “contratado” por el dueño de la fábrica. Esta era una escena habitual hace doscientos años, en los albores de la Revolución Industrial, pero también puede serlo hoy en día en muchos países en los que aún persisten formas de trabajo semiesclavo.
De ahí a los derechos de los que “gozan” en la actualidad los trabajadores, al menos en los países desarrollados, va un largo trecho. Pero lo que tenemos que tener claro es que esos derechos jamás fueron “concedidos” alegremente por quienes fundaron sus fortunas y sus imperios comerciales en la explotación de los demás. El derecho a una jornada de trabajo justa, a una seguridad social, al descanso, al derecho de huelga, etc. fue el resultado de largas y durísimas jornadas de lucha que se cobró un alto precio en formas de vida. Fueron derechos 'arrancados' a los patronos. El bienestar del que puedan disfrutar hoy en día los trabajadores no deja de ser el legado de estos pioneros. Conviene no olvidarlo porque esta desmemoria que nos caracteriza nos juega malas pasadas.
En estos días los sindicatos vuelven a estar en el candelero. Malos tiempos para la cosa sindical o, lo que es lo mismo, para la defensa laboral de los trabajadores. Me contaba hace poco un histórico sindicalistas del sector de la enseñanza, a propósito del negro panorama que tenemos por delante, que uno de los grandes errores de los sindicatos en los últimos años fue adoptar un modelo de funcionamiento que al final lo que terminó generando fue una completa desmovilización. Muchos sindicatos se convirtieron en estos años en agencias de servicios. ¿Tiene usted algún problema con su jefe? No se preocupe, nosotros se lo arreglamos. ¿Quiere hacer un viaje a buen precio? Tenemos unas estupendas promociones para nuestros afiliados. ¿Necesita un piso? ¿una tarjeta de crédito? ¿un cursito para el currículum? Esta idea de “usted no se moleste que nosotros se lo arreglamos” ha terminado por volverse contra los mismos sindicatos. Al final, el único arma del que dispone un sindicato, en una situación de conflicto laboral, es la huelga. Pero claro, ésta le cuesta dinero al trabajador y dada la situación de precariedad laboral lo indispone peligrosamente frente al empresario. Ya sea por una cosa u otra esta opción se convierte en un arma de doble filo: puede dejar al descubierto la endeblez sindical y suponer un tropiezo más en la defensa de los derechos de los trabajadores.
En un país en los que durante décadas sólo se permitía aquel engendro del 'sindicato vertical' y en el que los niveles de afiliación son verdaderamente escasos hay que tener mucha moral para dedicarse a estas cosas. Se ha desatado, además, una curiosa tendencia a denigrar a los sindicalistas achacándoles unas responsabilidades que muchas veces le corresponden a otros. En todos los colectivos humanos cuecen habas. Pero si en los sindicatos pillas a algún crápula, que los hay, entonces el mundo sindical es culpable de la muerte de Kennedy. A todos los trabajadores les conviene unos sindicatos fuertes y coherentes. Pero esta fuerza no viene de otra cosa que del respaldo del personal, de la capacidad que se tenga en un momento dado de asumir sacrificios. Como se tuvo que hacer en tantas otras épocas pasadas y que permitieron la paulatina (y dolorosa) conquistas de nuestros derechos. En caso contrario la alternativa es la más absoluta indefensión. El estar a merced de la buena voluntad del empresario de turno.
Hay que tener en cuenta que los poderosos lo son porque, entre otras muchas cosas, suelen tener a su disposición toda la maquinaria de propaganda mediática imaginable. Uno de los mantras que más suele oírse es la de que el empresario está para crear empleo. Bueno, esta es una verdad a medias. El empresario está para ganar dinero. Cosa que no me parece mal, pero hay que tener claro que para mantener los 'márgenes comerciales' si tiene que despedir a un empleado lo va a hacer. Si para mantener los beneficios tiene que aumentar las horas de trabajo con un mismo salario, lo va a hacer. Si tiene incluso que “pactar” una disminución del salario para “conservar” el trabajo, lo va a hacer (y que conste que no estoy pensando en el pequeño empresario, a quien considero un trabajador más). Ya se oyen voces incluso que tachan a los sindicatos o a las reivindicaciones laborales como uno de los factores que impiden el crecimiento y por tanto la creación de empleo. Hay que distraer a la legión de parados y darles enemigos fáciles de digerir. Al calor de la crisis, de reformas laborales que jamás están a favor del trabajador, corremos el riesgo de regresar al siglo XIX. ¿Volveremos a ver la escena que dibujaba al principio?
Imagínese la siguiente escena: un niño cose con una gran aguja unos zapatos, está encadenado a su banco de trabajo, se encuentra en una gran sala lóbrega junto a muchos otros niños y adultos en las mismas condiciones. Trabaja unas catorce horas diarias. Recibe un mísero salario que apenas le da para comprar unos mendrugos de pan y un poco de leche al día. Por supuesto no tiene días libres y si se pone enfermo no trabaja y por tanto no cobra. Trabaja en silencio y da gracias por la suerte que ha tenido al ser “contratado” por el dueño de la fábrica. Esta era una escena habitual hace doscientos años, en los albores de la Revolución Industrial, pero también puede serlo hoy en día en muchos países en los que aún persisten formas de trabajo semiesclavo.
De ahí a los derechos de los que “gozan” en la actualidad los trabajadores, al menos en los países desarrollados, va un largo trecho. Pero lo que tenemos que tener claro es que esos derechos jamás fueron “concedidos” alegremente por quienes fundaron sus fortunas y sus imperios comerciales en la explotación de los demás. El derecho a una jornada de trabajo justa, a una seguridad social, al descanso, al derecho de huelga, etc. fue el resultado de largas y durísimas jornadas de lucha que se cobró un alto precio en formas de vida. Fueron derechos 'arrancados' a los patronos. El bienestar del que puedan disfrutar hoy en día los trabajadores no deja de ser el legado de estos pioneros. Conviene no olvidarlo porque esta desmemoria que nos caracteriza nos juega malas pasadas.
En estos días los sindicatos vuelven a estar en el candelero. Malos tiempos para la cosa sindical o, lo que es lo mismo, para la defensa laboral de los trabajadores. Me contaba hace poco un histórico sindicalistas del sector de la enseñanza, a propósito del negro panorama que tenemos por delante, que uno de los grandes errores de los sindicatos en los últimos años fue adoptar un modelo de funcionamiento que al final lo que terminó generando fue una completa desmovilización. Muchos sindicatos se convirtieron en estos años en agencias de servicios. ¿Tiene usted algún problema con su jefe? No se preocupe, nosotros se lo arreglamos. ¿Quiere hacer un viaje a buen precio? Tenemos unas estupendas promociones para nuestros afiliados. ¿Necesita un piso? ¿una tarjeta de crédito? ¿un cursito para el currículum? Esta idea de “usted no se moleste que nosotros se lo arreglamos” ha terminado por volverse contra los mismos sindicatos. Al final, el único arma del que dispone un sindicato, en una situación de conflicto laboral, es la huelga. Pero claro, ésta le cuesta dinero al trabajador y dada la situación de precariedad laboral lo indispone peligrosamente frente al empresario. Ya sea por una cosa u otra esta opción se convierte en un arma de doble filo: puede dejar al descubierto la endeblez sindical y suponer un tropiezo más en la defensa de los derechos de los trabajadores.
En un país en los que durante décadas sólo se permitía aquel engendro del 'sindicato vertical' y en el que los niveles de afiliación son verdaderamente escasos hay que tener mucha moral para dedicarse a estas cosas. Se ha desatado, además, una curiosa tendencia a denigrar a los sindicalistas achacándoles unas responsabilidades que muchas veces le corresponden a otros. En todos los colectivos humanos cuecen habas. Pero si en los sindicatos pillas a algún crápula, que los hay, entonces el mundo sindical es culpable de la muerte de Kennedy. A todos los trabajadores les conviene unos sindicatos fuertes y coherentes. Pero esta fuerza no viene de otra cosa que del respaldo del personal, de la capacidad que se tenga en un momento dado de asumir sacrificios. Como se tuvo que hacer en tantas otras épocas pasadas y que permitieron la paulatina (y dolorosa) conquistas de nuestros derechos. En caso contrario la alternativa es la más absoluta indefensión. El estar a merced de la buena voluntad del empresario de turno.
Hay que tener en cuenta que los poderosos lo son porque, entre otras muchas cosas, suelen tener a su disposición toda la maquinaria de propaganda mediática imaginable. Uno de los mantras que más suele oírse es la de que el empresario está para crear empleo. Bueno, esta es una verdad a medias. El empresario está para ganar dinero. Cosa que no me parece mal, pero hay que tener claro que para mantener los 'márgenes comerciales' si tiene que despedir a un empleado lo va a hacer. Si para mantener los beneficios tiene que aumentar las horas de trabajo con un mismo salario, lo va a hacer. Si tiene incluso que “pactar” una disminución del salario para “conservar” el trabajo, lo va a hacer (y que conste que no estoy pensando en el pequeño empresario, a quien considero un trabajador más). Ya se oyen voces incluso que tachan a los sindicatos o a las reivindicaciones laborales como uno de los factores que impiden el crecimiento y por tanto la creación de empleo. Hay que distraer a la legión de parados y darles enemigos fáciles de digerir. Al calor de la crisis, de reformas laborales que jamás están a favor del trabajador, corremos el riesgo de regresar al siglo XIX. ¿Volveremos a ver la escena que dibujaba al principio?
Interesante observación en un día tan señalado como es hoy, 29-S. Comparto la idea de la "desnaturalización" de la esencia sindical que sufren los sindicatos no sólo en España si en toda Europa. "Desnaturalización" que está propiciando no sólo la pérdida de todos los logros y mejoras laborales conseguidas con la lucha y la sangre de la clase obrera desde cien años a esta parte, sino también la perdida de consciencia de "clase trabajadora". Y los únicos culpables de todo ello, son los crápulas que acampan en los sindicatos,porque en este país son todos sin excepción, haciendo de la gestión sindical su feudo particular, anteponiendo las subvenciones "$$" estatales de sus feudos a los intereses generales de los trabajadores, negociando mínimos para contentar a la patronal y al estado, ¿a cambio de qué? a cambio de ir perdiendo capacidad de lucha, logros y derechos adquiridos y llevarnos casi a la situación en la que vivían los trabajadores a principio de siglo pasado. Por lo que mi respecta, los sindicatos han perdido toda credibilidad de gestión y de lucha.
ResponderEliminarHoy los europeos se concentran y se manifiestan por las medidas austeridad tomadas por sus respectivos gobiernos,y aquí en España, veinte días más tarde de aprobada la "Ley d la Reforma Laboral" hacemos una huelga general ante algo que no tiene opción de modificación, y esto lo sabía los sindicatos, pero prefirieron hacer la "GRAN HUELGA" hoy, cuando perfectamente se pudo haber hecho un día antes de la aprobación de la citada "REFORMA", por lo menos los TRABAJADORES y TRABAJADORAS de este país hubiésemos "albergado" un halo de ESPERANZA a la modificación del borrador de dicha ley, e incluso abrir una pequeña ventana a la confianza sindical.
Mi querido amigo D. Damián Marrero Real, se aproximan nubarrones muy negros que amenazan periodos muy largos de tormentas para la clase obrera y la masa proletaria no está preparada.
Buenas noches y felices sindicales sueños.