Siempre nos habían dicho que Europa terminaba en los Montes Urales. Ahora habría que decir que Asia empieza en el Peñón de Gibraltar. Y es que la idea de Europa o, mejor, cierta idea de ella, ha terminado saltando por los aires. La Europa occidental surgida de la II Guerra Mundial que terminó por desarrollar un sistema de protección social que oponer a la Europa controlada por la Unión Soviética ha pasado a mejor vida. Quienes en su día criticaron el Estado del Bienestar como un señuelo socialdemócrata hoy suplican por salvar los últimos rescoldos del mismo. Estoy convencido que en el núcleo de esta supuesta crisis económica se esconde una operación gigantesca para acabar con la idea de Europa como confluencia, al menos sobre el papel, de estados sociales y democráticos. No se trata de que la crisis haya acabado con Europa sino que para acabar con Europa hacía falta una gigantesca crisis. Entre el modelo ultraliberal norteamericano y el disparate económico y social chino, Europa no tiene nada que hacer. Al menos en términos de competitividad económica al más puro estilo capitalista [“competitividad” = argucia para dejar a los trabajadores con lo puesto]. En la carrera por lo más barato el modelo europeo resultaba demasiado caro. Solo había que darle un empujoncito para que esto se terminara convirtiendo en una gran sucursal del todo a cien en el que ha devenido la aldea global.
Es cierto que no tenemos que idealizar demasiado un modelo europeo concebido desde el principio como un gran mercado y poco más. En la retórica política de sus orígenes, la Unión Europea, en sus distintos formatos, gustaba de presentarse como la garante definitiva de la paz en el Viejo Continente, la gran unificación de países que en su integración económica terminarían por coincidir políticamente. Hubo un tiempo que, con las locomotoras alemanas y francesas a la cabeza, entrar en el club europeo era el certificado de modernización de un país. Y en ese sentido, hay que reconocer que gracias a los fondos de cohesión y estructurales el Estado Español, desde su ingreso en 1986, terminó por dar un importante, aunque desigual, salto adelante. Pero en cuanto el flujo financiero tomó otros derroteros, haciéndose cada vez más especulativo, y el peligro soviético se disolvió como un terrón de azúcar las tornas empezaron a cambiar. Hoy se ha visto que la construcción y la solidaridad europea hacen agua cuando colisionan con los intereses bancarios y con los de Alemania (la gran beneficiada por esta cosa de la moneda única). Los famosos eurobarómetros están por los suelos y ya se habla sin ambages de la Europa a dos velocidades y de poco menos que países basura a los que hay que castigar como niños traviesos.
Pero si algo ha quedado en entredicho es el enorme déficit democrático de la Europa del presente y de la que nos están diseñando. Las instituciones europeas más relevantes, empezando por el Banco Central Europeo, y el eje París / Berlín, los que de verdad cortan el bacalao, ponen y quitan gobiernos, dan o niegan el visto bueno a presupuestos nacionales, aplican el bisturí sin vacilación alguna a países enteros, cocinan medidas económicas y diseñan su particular chiringuito a espaldas de la ciudadanía. Para ello utilizan la mejor de las armas conocidas: el miedo. Hay un permanente recurso al “o esto o el caos”. En vez de reconocer que el rumbo que han tomado las cosas no hace sino agravar esta crisis insisten en una permanente huida hacia adelante con la excusa de que es la única manera de salvar algo de esta Europa moribunda. Sin embargo, lo que se está tratando de salvar, digámoslo claro, es el nivel de vida de las clases y las corporaciones dominantes. Mucho me temo que, a estas alturas, solo una catástrofe hará que este impulso suicida se detenga. Y esa catástrofe muy posiblemente vendrá del colapso de la economía y del modelo social chino, mucho más frágil de lo que nos han contado y cuya honda expansiva dejará a Grecia como un inofensivo juego de niños. Mientras tanto no nos queda más remedio que entonar un “Adiós Europa, adiós... ¡abran paso a Eurasia!” (y que el dios de cada uno nos coja confesados).
A lo mejor la solución para Canarias es salir de Europa y del Estado español.
ResponderEliminarEl concepto básico de tu entrada lo plasmé a mi rudimentaria manera en un comentario al respecto de un amigo bloguero, por tanto.... esto es lo que hay, no se si llegaré a ver el trompazo del gigante asiático. Bs.
ResponderEliminarEl sueño europeo está generando pesadillas. Saludos desde Castelló de la Plana.
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