Mucho temo que el poder democráticamente constituido (parto de esta premisa para que no haya equívocos) ha desarrollado sus triquiñuelas para pasar por encima de cualquier disidencia. Está claro que con una mayoría absoluta y al comienzo de una legislatura nos toca esperar una buena tunda. La duda que me queda es si los electores, o al menos una parte sustancial de los mismos, tiene una idea clara de lo que significa darle carta blanca a la opción más ultraliberal del zoco político. Tendremos que comprobarlo en nuestras maltrechas carnes. El problema está en que quienes manejan los resortes del poder han aprendido a aguantarlo todo. El ejemplo más palmario es Grecia. No parece que las oleadas de protestas masivas hayan servido para que el gobierno griego diera marcha atrás en sus medidas antisociales. El amago de Papandreu con lo del referéndum demostró el grado de cinismo, incluso, de esta gente. Las “guerras de desgaste” en un marco, al menos formalmente democrático, las ganan casi siempre los gobiernos. Para ello tienen varias cosas esenciales: las fuerzas policiales y armadas, los medios de comunicación de masas y sus sueldos asegurados. Pongamos otros ejemplos más cercanos: en el sector educativo público, empezando por el canario, las políticas de recortes (o el de la homologación del profesorado en su día) supusieron un rosario de justificadísimas huelgas y protestas por parte de los docentes. Desde una concepción de la buena gobernanza (término que me resulta un tanto extraño pero que se ha puesto de moda) como armonización de diversos intereses y como defensa de lo público como base de una sana articulación social el resultado habría sido al menos un esfuerzo negociador sostenido. Pero no. Se trata de no dar ni un paso atrás -no sea que la opinión pública perciba alguna debilidad- y enrocarse en la postura de partida en base a cosas tales como el programa electoral (que muy poca gente lee y casi con seguridad no alude sino a unas cuantas vaguedades) y la responsabilidad de gobernar. Es decir: están preparados para lo que haga falta. A ellos no les descuentan los días de huelga ni les suele importar demasiado el deterioro de los servicios públicos. Luego viene lo del miedo, alguna campaña de imagen y, sobre todo, el tiempo que todo lo diluye. Cuando se acerquen de nuevo las elecciones ya todo será agua pasada y a agitar la benderita de nuevo. Así que no nos va a quedar más remedio que inventarnos algún procedimiento que de verdad les preocupe. ¿Qué tal un “apagón” futbolístico?
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