lunes, 5 de diciembre de 2011

El Catalejo (36) Contra la pureza

El título de este post no es precisamente una diatriba contra la festividad de la Inmaculada Concepción, allá los católicos y sus oscuras cosas metafísicas. Es un alegato contra la “pureza” política que todavía campa a sus anchas en distintos altares de las izquierdas de nuestros días. Esto viene a cuento porque me encontraba hojeando esta mañana la última publicación de Agapito de Cruz -un histórico del ecologismo canario- “Canarias en clave de Sol” (Libreando, 2011), en la que recoge una década de artículos free lance, como él mismo dice. Leer a Agapito siempre es un placer pero me llamó mucho la atención una aseveración del primer capítulo del libro en el que daba por obsoleto al ecosocialismo y reclamaba (no lo dice con estas palabras) la pureza de los postulados ecologistas y en particular del ecologismo libertario. Resulta curioso que un planteamiento político como el ecosocialista que, hasta donde yo sé, no ha tenido la oportunidad de probar aún sus bondades y sus defectos, sea despachado de esa forma tan categórica por el autor. El argumento de fondo no me suena a nuevo: mis postulados teóricos son los únicos capaces de dar una explicación global y una respuesta a los problemas de nuestro tiempo y la principal tarea de quienes creemos en ellos es que permanezcan incontaminados. Si la ciudadanía se da cuenta de esta verdad revelada y nos vota ¡estupendo! Y si no aquí seguiremos aguantando la vela de las esencias entreteniéndonos básicamente con quienes están a nuestro lado en el ideario -sobre todo para echarles una puya de vez en cuando. Hay que decir que esta tendencia al puritanismo ideológico es bastante habitual en las izquierdas de distinto signo. Los soberanistas e independentistas, por ejemplo, suelen pasar pruebas de pedigrí nacionalista antes de sentarse a hablar con cualquiera, no sea que el interlocutor termine siendo un opresor neocolonialista y no se haya dado cuenta todavía de ello. Algunos ecologistas suelen manifestar más simpatía por un individuo claramente de derechas que tiene la buena costumbre de reciclar las botellas de plástico que por un tipo de izquierdas que anda por el mundo con esas cosas de la justicia redistributiva y  los Derechos Humanos pero que deja el grifo del agua abierto mientras se cepilla los dientes. En fin, aquí todo el mundo hace de su capa un sayo.
Yo suelo insistirle a mi alumnado que los planteamientos filosóficos, políticos, artísticos... más fecundos a lo largo de la historia han sido aquellos que han supuesto una síntesis de otros anteriores, que recogen en su seno tradiciones y corrientes aparentemente contrapuestas -incluso- pero en las que se han dado puntos de encuentros que alguien ha sabido poner de manifiesto. Las posturas absolutamente esencialistas, aquellas que pretenden permanecer inalteradas, terminan deviniendo, la mayoría de las veces, en reductos sectarios, ahistóricos, impermeables a la realidad cambiante que pulula a su alrededor. Esto no significa un “todo vale”, cuidado, ni un totum revolutum sin pies ni cabeza. Es una modesta exhortación, en todo caso, a la necesidad de que los planteamientos progresistas de diverso signo, aunque procedan de distintas sensibilidades o pongan el acento en esto o aquello, establezcan las bases, de una vez por todas, de un gran acuerdo en lo fundamental. Alguien podría objetar que el término “progresista” es ambiguo o insuficiente. Pero si fuésemos capaces de darle entre todos un nuevo contenido a este concepto, que ha terminado siendo devaluado por un partido-empresa que representa todo aquello en lo que no debemos caer, ya habríamos dado un gran paso adelante. Mientras, me sigue apenando los esfuerzos de uno y de otros por presentarse como los únicos que aún no tienen mácula, los concebidos por obra y gracia del espíritu redentor de la ideología verdadera. No sé porqué me viene a la cabeza aquella estrofa de Pedro Guerra: “contamíname, mézclate conmigo...”

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