martes, 12 de julio de 2011

El Impertinente (7) Tener cultura

Se oye habitualmente que estamos ante la generación mejor preparada de la historia. Puede que sea cierto en términos generales. Nunca se había dado una tasa tan alta de personas con algún tipo de titulación y cualificación.
Ahora bien ¿eso significa que estamos ante la generación más culta de la historia? Vale, definamos “cultura”. Vamos a tomar una idea prestada del filósofo español Javier Gomá, para quien tener cultura es tener, básicamente, conciencia histórica. Esto no significa “saber mucha historia” sino disponer de la capacidad de insertarnos en el recorrido histórico que nos ha llevado como especie hasta aquí y del que no escapamos como individuos. Quien tiene una idea somera de dónde venimos puede anticipar con un cierto grado de verosimilitud hacia dónde vamos. Conocer además los hitos de esta historia universal de la infamia, que diría Borges, hace que resulte un poco más difícil que nos la den con queso. Para eso sirve la cultura. ¿Somos, por tanto, más cultos? Entran dudas ¿verdad?
Los poderosos de todos los tiempos, los que controlan el cotarro en su propio beneficio, ese ente difuso formado por agencias de calificación de riesgo, banqueros superstars o la curia vaticana, que todo viene a ser más o menos lo mismo, nos quiere, como siempre, aborregados y tranquilitos. La forma tradicional del iletrado hoy en día adopta la configuración 2.0. Ya sé que en nuestra época digital el potencial de acceso a la información es prácticamente ilimitado. ¿Y qué? Repito que no parece que eso nos haya hecho más cultos (alguno dirá que “ni falta que nos hace”). Precisamente, el maremágnum de datos y estupideces de todo tipo que circula en el ciberespacio es infinitamente mayor que cualquier información mínimamente relevante. Habría que patentar, si no se ha hecho ya, el concepto de “contaminación digital”. Pero esto no es una cuestión baladí. El resultado final es la gran confusión que hoy lo preside todo. Confusión e infantilización. La cultura del video juego, que tantos adeptos entre los intelectuales está consiguiendo últimamente, ha convertido lo social en un gran parque de atracciones donde lo único permitido es permanecer en un estado de zombificación divertida y pueril. Los aspectos más crudos y relevantes de nuestra sociedad son, lamentablemente, aburridos, muy aburridos. Desarrollar una perspectiva histórica de las cosas no es relevante si la única aspiración que se cultiva es la de vivir para consumir y cumplir con el mandato universal de transmitir los genes (cuanto antes, por aquello de ser amigo de tus hijos y todas esas sandeces). Nada de denunciar las miserias que nos rodean, de ejercer una ciudadanía vigilante y reivindicativa, de cuestionar las bases de nuestro modelo social y económico que condena a países enteros a la ruina absoluta mientras algunos se llenan los bolsillos como nunca en la historia. Todo es muy complicado y mortalmente aburrido.
Sin embargo, más tarde o más temprano, esta deriva en la que estamos entrando nos llevará a todos por delante. La más que previsible destrucción de las clases medias que se está fraguando al calor de esta estafa piramidal en forma de crisis (clases medias que han ejercido, por otra parte, como eficaz colchón contra toda tentación reformista), terminará por poner en un serio aprieto al conjunto del entramado. Es una mera cuestión de supervivencia. Eso si aún le queda a alguien un poco de lucidez después de lustros de embotamiento mental, después de, como muy bien afirma Noam Chomsky, haber pasado por este proceso de des-educación en la que se han convertido el sistema de enseñanza. Ahora que lo pienso mejor: esto de tener cultura es una lata. ¡Ni se les ocurra!, ¿cuándo dicen que empieza de nuevo la liga de fútbol?

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