Parece que nuestra España cañí goza aún de una considerable salud. Una manifestación de que las esencias patrias, católicas y ultramontanas, disponen de nuevos bríos es la manía desatada de algunos capitostes por seguir abonándose a esa costumbre medieval de nombrar a imágenes de vírgenes y cristos como alcaldes honorarios y perpetuos o patrones generales de estas ínsulas venidas a menos. A mi me da mucha grima ver a un representante político entregar la vara de mando (otro signo más del Antiguo Régimen, por cierto) a la imagen en cuestión en medio del himno nacional y de una llorada colectiva plena de emoción y algarabía. En vez de avanzar en un saludable laicismo se sigue apostando por una suerte de teocentrismo trasnochado. Curiosamente, esta intromisión de lo religioso en lo político se ve con una mezcla de ternura y comprensión. Sin embargo, una intromisión a la inversa suscitaría todo tipo de comentarios adversos. ¿Que les parecería que un alcalde fuera investido por parte de un obispo como “Cardenal in pectore” o un presidente del gobierno como “Príncipe de los creyentes? Un disparate, ¿verdad? Alguien pensaría que estas son cosas propias de Arabia Saudí. Ya es hora de que algún representante político, consciente de su legitimidad y de la naturaleza de su cargo, decida oponerse, ya no solo a estas escenificaciones medievales sino a asistir incluso a una procesión religiosa, con ese aire entre compungido y meditabundo mientras aprovecha la ocasión para dejarse ver. Por supuesto que a título personal cada uno que se las componga.
Lo que ocurre es que la cuestión electoralista pesa lo suyo. Hay quien ha llegado a un cargo político a base de cargar imágenes y pertenecer a no sé cuántas cofradías y hermandades. Nadie se opone a que los que profesan una fe religiosa hagan una muestra pública de ello en la calle, faltaría más, que la calle, por ser de todos, también les pertenece. Pero una cosa muy distinta es que tal actividad privada sea refrendada, impulsada y validada por un cargo público en uso de sus funciones. Esto no debe verse como un menosprecio hacia una confesión religiosa, por muy mayoritaria que sea, sino como el reconocimiento de la neutralidad real y de la naturaleza absolutamente diferenciada de la esfera política. Entiendo que para ello habrá que hacer no poca pedagogía social. Pero esto, como muchas otras cosas, es una responsabilidad minusvalorada por quienes prefieren mantener a la población anclada en las cavernas de la historia.
Lo que ocurre es que la cuestión electoralista pesa lo suyo. Hay quien ha llegado a un cargo político a base de cargar imágenes y pertenecer a no sé cuántas cofradías y hermandades. Nadie se opone a que los que profesan una fe religiosa hagan una muestra pública de ello en la calle, faltaría más, que la calle, por ser de todos, también les pertenece. Pero una cosa muy distinta es que tal actividad privada sea refrendada, impulsada y validada por un cargo público en uso de sus funciones. Esto no debe verse como un menosprecio hacia una confesión religiosa, por muy mayoritaria que sea, sino como el reconocimiento de la neutralidad real y de la naturaleza absolutamente diferenciada de la esfera política. Entiendo que para ello habrá que hacer no poca pedagogía social. Pero esto, como muchas otras cosas, es una responsabilidad minusvalorada por quienes prefieren mantener a la población anclada en las cavernas de la historia.
No creo que la iglesia constituya un peligro para la actual sociedad española. De hecho, me atrevo a afirmar que son más las funciones positivas que ejerce la iglesia que las negativas sobre el conjunto de la población española (Ojo: Soy ateo)(Vease el catolicismo como marca en la actual sdad española). Luego, notese que el texto apenas explica la realidad social y que esta cargado de un marco de actuación política. Cabría preguntarse: ¿Cómo prentendes cambiar un acontecimiento religioso sino entiendes el mismo?
ResponderEliminarEn consecuencia, existe una visión etnocentrista del autor dotada de prejuicios, la cual le conduce a una interpretación sesgada de la realidad social. Es decir, el mundo social desde esta visión se ve como un mundo antangónico de lucha entre los creyentes y los no creyentes.
Por otro lado, a diferencia de otros comentaristas mis intervenciones suelen estar dotadas de críticas con el propisito de mejorar al autor. Puesto que tambien el hecho de leer estos textos aportan conocimientos al lector (intercambio social). No obstante, como considero totalmente injusto que sea el único exalumno de 1 bach de ccss de la guancha que intervenga precisamente en temas de ccss teniendo en cuenta que mi valoración final en filosofía bajo de 5,3 aprox. a un 5 mientras el resto de compañeros se les asignaba notas aproximadas por exceso( 5,3 a 6, etc). Y ahora, ellos pasaron de curso (todo me entra por un oido y me sale por el otro) y aquí estoy yo influenciado por las clases que en su momento se dieron. Puesto que este tema ya me lo expuso el autor a los 18 años en el instituto. Y por lo visto no lo he olvidado, ya que al leer el texto me resulto concordante con las ideas del Damian de aquellos tiempos.
Un cordial saludo
Jorge
NO SE HIZO LIMPIEZA DURANTE LA TRANSICIÓN, SEGUIMOS EN MANOS DE LOS MISMOS, DE LOS FASCISTAS. NUNCA LOS HEMOS ECHADO DE LA ESTRUCTURA ADMINISTRATIVA DE ESTE PAÍS CONSTITUCIONAL Y DE ESTRUCTURA DEMOCRÁTICA. NOS LA HAN METIDO HASTA EL FONDO Y SIN VASELINA.
ResponderEliminarAmigo Jorge: no se trata del clásico debate sobre la existencia o no de Dios (un debate de salón perfectamente inútil). Es una cuestión de poder. La Iglesia Católica sigue ejerciendo en España de lobby antidemocrático y feudalizante. Es cierto que, como ya he escrito en más de una ocasión, algunas personas (ciertamente minoritarias dentro de la misma) realizan una labor socialmente muy positiva. Está claro que esta es una opinión sesgada y completamente política ¡faltaría más! Eso sí, aspira a ser razonable y asumible desde un punto de vista dialógico. Por otra parte, soy el primero en tener claro que la nota de una materia no es un criterio último, ni mucho menos, a la hora de determinar las competencias de una persona. Tranquilo.
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