domingo, 8 de agosto de 2010

El Impertinente (9) Esclavos de la Codicia

Nos hemos vuelto, casi sin darnos cuenta, esclavos de la codicia, obsesos del dinero. La codicia y la avaricia (uno de los siete pecados capitales, según los moralistas cristianos) son primas hermanas. El codicioso posee un afán de riquezas sin límites y el ávaro acapara dinero tratando de gastar lo mínimo. En la sociedad de consumo de masas la codicia es el motor que todo lo mueve. Sobre todo porque nos han hecho creer que somos lo que tenemos ¡qué gran error! ¡vaya billete directo a la frustración! El caso es que nadie se hace rico únicamente como resultado de su propio trabajo. Generalmente lo será gracias al trabajo de los demás, apropiándose del plus-trabajo de unos, especulando o mediante la usura en otros casos (procedimiento típico de los bancos). Decía un clásico que 'detrás de cada rico hay un ladrón' -una frase para la polémica pero también para la reflexión.
En la reciente época del pelotazo todo el mundo, especialmente los jóvenes, quería ser émulos del banquero Mario Conde. Era la época en la que el poder, el dinero y el glamour iban de la mano (igual que ahora, por cierto). Seguimos viviendo a la sombra de estos valores nefastos, seguimos pensando que el enriquecimiento lo justifica todo, que es más listo quien más gana, que es lícito delinquir para ello, pasar por encima de cualquiera, depredar lo público. El éxito se sigue midiendo por el número de cuartos de baños por casa (incluido el del perro) y por el tamaño del coche (si es un Hummer, mejor). A nadie parece escandalizar que el diez por ciento de la población de este planeta utilice la mayor parte de los recursos energéticos disponibles, que los más ricos de la lista Forbes dispongan de más capacidad económica que muchos países empobrecidos. Lo aceptamos como si fuera el orden natural de las cosas. Sin embargo, hay que pensar que la riqueza extrema de unos pocos se asienta sobre la pobreza extrema de muchos.
Si en vez de envidia y admiración el lujo nos causara rechazo, hastío e indignación estaríamos caminando hacia un mundo más justo. Imaginemos que al común de los mortales el nivel de vida de jeques, magnates de las finanzas o personajes del famoseo (por poner algunos ejemplos de esta grey acomodada en mansiones de lujo, coleccionista de coches deportivos o de yates de fantasía) le resultara una forma de obscenidad, de exhibicionismo impúdico; pensemos por un momento que el lujo y la ostentación se consideraran una de las peores formas de mal gusto (algo así como combinar chanclas con un frac y encima llevar los pies sucios), que esas revistas que hacen las clasificaciones de las principales fortunas del mundo o que viven de publicar reportajes sobre las vidas manirrotas de personajes cuyas riquezas suelen ser inversamente proporcionales al bien que han prestado a la humanidad, no vendieran ni un solo ejemplar. ¡Cuán diferente serían las cosas!
Conocí a un jesuita palmero, ordenado sacerdote en medio de un basurero de Asunción, Paraguay, (porque, antes de su ordenación, se dedicaba a ayudar a cientos de personas que vivían de rebuscar entre las basuras) que cuando tenía que casar a una pareja les invitaba a que sustituyesen sus alianzas de oro por otra de madera. Cuando los asombrados contrayentes le pedían explicaciones él contestaba que había visto de primera mano el sufrimiento y la explotación de miles de personas que se dejaban la piel a diario en la extracción del oro en las minas de Brasil. Para él este metal tan codiciado no era sino el símbolo de la opresión. Era éste un hombre sin hipoteca, sin un hogar fijo, sin bienes materiales más allá de alguna prenda de ropa y de una hamaca, y me pareció tremendamente feliz. Tenía una misión en el mundo y una vida plena de sentido. Para un no creyente como yo fue toda una experiencia ver cómo este hombre le recordaba continuamente a sus hermanos de fe que Cristo había nacido en un pesebre, en uno de los lugares más pobres de su época y que ese debía ser el sitio del verdadero cristiano. Me viene lo anterior a la memoria en estos momentos estivales en los que es tan habitual ver a vírgenes profusamente enjoyadas procesionando por las calles. En el imaginario colectivo sigue existiendo esa asociación entre la riqueza económica y la máxima aspiración de la humanidad, es por ello que muchos piensan que una joya representa lo mejor de sí mismos (¡qué poco se estiman!). Teniendo asegurado lo necesario para vivir, para disfrutar sin hacerlo a costa de los demás ni del medioambiente, para progresar en cultura, educación y felicidad ¿qué sentido tiene obsesionarse con lo prescindible y lo superfluo? ¿qué tipo de enfermedad, de esclavitud consentida, es esa? Cayendo en el tópico deliberadamente, a veces hace falta que nos recuerden que lo mejor de la vida es gratis.

4 comentarios:

  1. Así es lo que tiene verdadero valor no tiene precio, aunque quizás si requiera de algún esfuerzo para conseguirlo. Ahí quizás radique la confusión en relación a valorarlos. Un abrazo.

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  2. Un saludo Don Damián!!

    Palabras sabias las suyas.
    Viendo la parte positiva a esta crisis por la que pasamos, pienso que a más de uno se le habrá volatilizado la nube sobre la cual ha vivido durante mucho tiempo y ponga los pies, por fin, en el suelo y comience a priorizar otras cosas....

    Un saludo desde La Palma.

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  3. ¡¡Me alegra que traigas a la memoria a Fdo. L... ¡qué gran lección nos dió a todos los que tuvimos la fortuna de escucharlo y de conocerlo un poco!... de los pocos que he visto que predica con el ejemplo, que hace lo que dice y que dice lo que hace... ¡¡sí señor!!... Sin embargo, empezando por mí, me siento inmersa en un sistema del que difícilmente me puedo sustraer. Oí o leí en algún sitio que cuando alguien tiene más de lo que necesita... a alguien se lo quita... pero... ¿Qué es lo necesario? si vivimos en un sistema capitalista que existe y se alimenta de crearnos "necesidades" y para ello contamos con un poderoso instrumento: la publicidad y la propaganda puesta a su servicio. ¡¡ah!!... me has dado una idea para colgar en mi blog. ¡La religión del Mercado!...voy a prepararlo

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  4. Al menos siempre nos queda la capacidad de reflexionar, compañeros/as.

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