
sábado, 31 de julio de 2010
Pasión por la Música (4) En-Cantadoras

martes, 27 de julio de 2010
El Catalejo (8) Un timador intelectual

Después de una media hora de discurso finamente hilado me enseñó un texto de apoyo a la causa saharui que iba a presentarse en el Parlamento Europeo como apoyo a la iniciativa que me había comentado. Sin dudarlo estampé mi firma. Acto seguido me dijo que tenía por costumbre emplear parte de su tiempo, siempre que venía a España, a recaudar fondos para la colonia de saharuis refugiados y que si tenía inconveniente en aportar algo, calderilla incluso. Le di 20 euros ¡qué menos! En ese instante me estrechó solemnemente la mano y me emplazó a vernos en junio en La Laguna. Tenía prisa porque un compañeros debía recogerlo en un momento junto a la estatua de Valle Inclán para acudir al congreso donde debía dar una conferencia sobre las estelas grabadas de Tiya en Etiopía. Cuando se despidió nos fuimos al parque del Retiro en una nube. Sin embargo, con el paso de las horas, una cierta sospecha empezó a apoderarse de mí.
Una vez en el hotel nos dedicamos a hacer una exhaustiva búsqueda en internet de este personaje. ¡Nada! Alguien con este currículum debía de tener como mínimo cientos de entradas. Del libro sobre Obama, ¡nada! En el departamento de arqueología de la Soborna, ¡nathing! De excavaciones de la UNESCO en Etiopía, ¡ni rastro! Evidentemente empezó a embargarme una mezcla de ira e indignación, sobre todo porque se aprovechara de la situación del pueblo saharaui para hacer caja. Pensé en ponerme en contacto con la representación del Polisario en Canarias pero también el paso del tiempo hizo que terminara por verlo desde otra perspectiva. El tipo, indudablemente, era un genio, un profesional a la antigua del timo, un artista. ¡Qué verborrea! ¡qué capacidad de adaptarse a la información que le iba proporcionando su víctima! ¡qué ductilidad! ¡qué recursos! ¡qué cultura! Una exhibición de esa clase no valía menos de 20 euros. Era la versión intelectual de un Tony Leblanc en “Los tramposos”, todo un clásico. No en vano su área de actuación debía ser el exterior de la Biblioteca Nacional y seguramente otros recintos ligados a la gran cultura. Incluso nos hicimos una foto juntos. Tengo ganas de volver a encontrármelo.
jueves, 22 de julio de 2010
El Catalejo (7) Gregorio Marañón

domingo, 18 de julio de 2010
La II Guerra Mundial (3) Los españoles que liberaron París

La mayoría de los españoles que lucharon en la II División Blindada eran anarquistas y por tanto, consecuentemente, antimilitaristas. No aceptaban a cualquier mando, por lo que tenían fama de ingobernables. Sólo aquellos que se ganaran su confianza eran admitidos por la compañía. Muchas de las acciones las discutían entre ellos y las llevaban a cabo con la máxima eficacia, costumbre heredada de la etapa miliciana de la Guerra Civil Española. Esto se les permitía por su probado valor. De hecho fueron utilizados como fuerza de choque en numerosas batallas.
Los primeros soldados que llegaron al Ayuntamiento de París fueron los españoles de la Nueve. El catalán Amado Granell fue el primero que se presentó ante los miembros de la Resistencia que habían tomado el edificio después de rodearlo con sus semiorugas de origen norteamericano, que llevaban nombres tan españoles como 'Guadalajara', 'Teruel' o 'Gernica'. El extremeño Antonio Gutiérrez y otros compañeros españoles fueron los primeros también en llegar al Hotel Meurice donde se encontraba el general Von Choltitz. Como un oficial sólo podía rendirse a otro oficial, según la costumbre prusiana, Gutiérrez esperó a la llegada de un oficial francés. En agradecimiento a ese gesto Von Choltitz le regaló su reloj. Por cierto, creo que esto no lo recoge la película ¿Arde París? Basada en el best seller de Collins y Lapierre -tengo que comprobarlo. En el desfile de la victoria en el que De Gaulle hizo su entrada triunfal en París, la escolta que le protegía eran los semiorugas españoles.
A los franceses no les hizo ninguna gracia que los españoles hubieran jugado un papel tan destacado en la liberación de la capital del país. En los nuevos planes de reconstitución de la 'grandeur', después del varapalo de la II Guerra Mundial, había que redescribir la historia. Así que un manto de silencio se extendió sobre las hazañas de la Nueve que empieza ahora a desvelarse.
miércoles, 14 de julio de 2010
Cine a solas (4) Moulin Rouge

viernes, 9 de julio de 2010
Pasión por la Música (3) Saint Louis Blues March

http://www.youtube.com/watch?v=gFR3HMWOQ4A&feature=related
martes, 6 de julio de 2010
El Impertinente (8) Fracaso social = fracaso escolar

Hace unos días se hicieron públicas las última pruebas de rendimiento escolar y, para variar, Canarias vuelve a ocupar el puesto de cola en el conjunto del Estado. Lo raro habría sido lo contrario. Una vez más estos datos han sido recibido con más indiferencia que otra cosa por parte de la opinión pública – un indicio más de lo que está pasando. Si queremos empezar a coger el toro por los cuernos habrá que hablar claro: Canarias ha devenido en un fracaso social. Nuestro modelo social es inviable. Tenemos unos índices socioeconómicos de pena, un modelo productivo raquítico y obsoleto, un nivel cultural pobrísimo, un entorno medioambiental degradado, una “clase política” para echarse a llorar, una convivencia a punto de romperse. Así las cosas, los resultados escolares difícilmente podrían ser otros. Por desgracia la escuela ha terminado siendo poco más que un registro notarial. Su antigua función de agente socializador, su capacidad de promoción social, ha quedado relegada ante la poderosa industria del ocio, frente a la desestructuración familiar cada vez más generalizada y respecto a uno valores dominantes basados aún en la cultura del pelotazo.
Recientemente un compañero me contaba que dada la escasez de matrícula en un ciclo formativo medio del que es profesor se vieron obligados a poner una mesa promocional en un gran centro comercial. El único requisito académico para acceder a estos estudios es el título de educación secundaria o el antiguo graduado escolar (es decir, la titulación mínima existente). El caso es que la mayoría de los que se interesaron por este ciclo formativo carecían de esos estudios mínimos requeridos por lo que el compañero, después de una agotadora jornada de trabajo extra, se fue sin apenas realizar una nueva matrícula. ¿Qué hacer frente a esto? En estos momentos más que un pacto escolar empieza a ser necesario un nuevo “contrato social”. El problema es que el impulso deseable para “refundar” nuestra sociedad no va a venir ni del entramado político-empresarial (al que le interesa este estado de cosas) ni de quienes precisamente consideran que el éxito personal se mide por el precio del coche que se luce para ir de su casa a la esquina o por el número de carritos de la compra que se llenan en cada visita al hipermercado. Vendrá, en todo caso, de aquellos que empiezan a atisbar que en este barco vamos todos y que hace aguas por todas partes.
Dicho esto, centrémonos un momento en nuestro vapuleado sistema educativo. De todos los sectores que forman parte del mismo sólo podemos salvar uno: al propio alumnado. Nuestros alumnos no son culpables de este fracaso palpable, son, en todo caso, víctimas del mismo. Somos los adultos los que hemos permitido este estado de cosas. De la administración educativa lo más suave que se puede decir es que es hostil (y alérgica) a la escuela que debe administrar. Su principal preocupación en la actualidad, más allá del discurso oficial, es ver las vías que aún le quedan para desmantelar el sistema público educativo al que considera como un recurso prescindible. Respecto a las familias hay que constatar que las clases medias, con el aliento de la administración, hace tiempo que huyeron a la concertada o a la privada donde esperaban encontrar una posibilidad real de promoción para sus hijos. El resto suele tener tales problemas que muchos piensan que la educación de sus hijos es el menos prioritario. La gran mayoría del alumnado que pasa con éxito por la escuela suele ser el que tiene una familia detrás que está pendiente en todo momento de su acontecer diario. Y en el otro extremo una parte importante del alumnado que fracasa suele tener una familia que ni está ni se le espera. La capacidad de la escuela para 'rescatar' al alumnado con problemas es actualmente mínima.
Y con el profesorado hemos topado. El problema fundamental (además de la desinversión, la creciente burocratización y del galimatías legislativo, entre otras cosas) es la carencia de un perfil profesional del docente. Cualquier empresa mínimamente seria (y eso que soy de los que piensa que una escuela en absoluto es una empresa) realiza un perfil profesional de los puestos que necesita cubrir y en función de ello selecciona al personal. En la educación el sistema selectivo tiene poco que ver con las tareas, capacidades y destrezas que el profesorado debe realizar luego. Nos encontramos entonces con docentes desbordados, incapaces de responder a las exigencias de la escuela como institución social, con un alto nivel de estrés y frustración, que se sienten engañados porque los contrataron como profesores de esto o aquello y terminan luego trabajando de asistentes sociales, seguritas, mediadores familiares, monitores de urbanidad, animadores de tiempo libre, etc. A pesar de esto podemos enorgullecernos del trabajo de muchos maestros entregados a su tarea y que tienen que luchar a diario como quijotes con situaciones que les sobrepasan.
Esto no se soluciona de hoy para mañana. Es más, revertir el estado actual de cosas sería una cuestión de al menos una o dos generaciones. Eso si se empieza ya a hacer una lectura realista del problema. Si se parte de la base de que no necesitamos que nos sigan halagando el oído con las excelencias de nuestra tierra y de nuestra gente. Sólo los embaucadores, los que quieren seguir aprovechándose de la ingenuidad del personal, aquellos a los que conviene que los canarios sigamos mirándonos el ombligo creyéndonos lo que no somos, son los que negarán que tenemos un serio problema. Porque me duele esta tierra no tengo empacho en airear bien alto que esto es un fracaso en toda regla.
Recientemente un compañero me contaba que dada la escasez de matrícula en un ciclo formativo medio del que es profesor se vieron obligados a poner una mesa promocional en un gran centro comercial. El único requisito académico para acceder a estos estudios es el título de educación secundaria o el antiguo graduado escolar (es decir, la titulación mínima existente). El caso es que la mayoría de los que se interesaron por este ciclo formativo carecían de esos estudios mínimos requeridos por lo que el compañero, después de una agotadora jornada de trabajo extra, se fue sin apenas realizar una nueva matrícula. ¿Qué hacer frente a esto? En estos momentos más que un pacto escolar empieza a ser necesario un nuevo “contrato social”. El problema es que el impulso deseable para “refundar” nuestra sociedad no va a venir ni del entramado político-empresarial (al que le interesa este estado de cosas) ni de quienes precisamente consideran que el éxito personal se mide por el precio del coche que se luce para ir de su casa a la esquina o por el número de carritos de la compra que se llenan en cada visita al hipermercado. Vendrá, en todo caso, de aquellos que empiezan a atisbar que en este barco vamos todos y que hace aguas por todas partes.
Dicho esto, centrémonos un momento en nuestro vapuleado sistema educativo. De todos los sectores que forman parte del mismo sólo podemos salvar uno: al propio alumnado. Nuestros alumnos no son culpables de este fracaso palpable, son, en todo caso, víctimas del mismo. Somos los adultos los que hemos permitido este estado de cosas. De la administración educativa lo más suave que se puede decir es que es hostil (y alérgica) a la escuela que debe administrar. Su principal preocupación en la actualidad, más allá del discurso oficial, es ver las vías que aún le quedan para desmantelar el sistema público educativo al que considera como un recurso prescindible. Respecto a las familias hay que constatar que las clases medias, con el aliento de la administración, hace tiempo que huyeron a la concertada o a la privada donde esperaban encontrar una posibilidad real de promoción para sus hijos. El resto suele tener tales problemas que muchos piensan que la educación de sus hijos es el menos prioritario. La gran mayoría del alumnado que pasa con éxito por la escuela suele ser el que tiene una familia detrás que está pendiente en todo momento de su acontecer diario. Y en el otro extremo una parte importante del alumnado que fracasa suele tener una familia que ni está ni se le espera. La capacidad de la escuela para 'rescatar' al alumnado con problemas es actualmente mínima.
Y con el profesorado hemos topado. El problema fundamental (además de la desinversión, la creciente burocratización y del galimatías legislativo, entre otras cosas) es la carencia de un perfil profesional del docente. Cualquier empresa mínimamente seria (y eso que soy de los que piensa que una escuela en absoluto es una empresa) realiza un perfil profesional de los puestos que necesita cubrir y en función de ello selecciona al personal. En la educación el sistema selectivo tiene poco que ver con las tareas, capacidades y destrezas que el profesorado debe realizar luego. Nos encontramos entonces con docentes desbordados, incapaces de responder a las exigencias de la escuela como institución social, con un alto nivel de estrés y frustración, que se sienten engañados porque los contrataron como profesores de esto o aquello y terminan luego trabajando de asistentes sociales, seguritas, mediadores familiares, monitores de urbanidad, animadores de tiempo libre, etc. A pesar de esto podemos enorgullecernos del trabajo de muchos maestros entregados a su tarea y que tienen que luchar a diario como quijotes con situaciones que les sobrepasan.
Esto no se soluciona de hoy para mañana. Es más, revertir el estado actual de cosas sería una cuestión de al menos una o dos generaciones. Eso si se empieza ya a hacer una lectura realista del problema. Si se parte de la base de que no necesitamos que nos sigan halagando el oído con las excelencias de nuestra tierra y de nuestra gente. Sólo los embaucadores, los que quieren seguir aprovechándose de la ingenuidad del personal, aquellos a los que conviene que los canarios sigamos mirándonos el ombligo creyéndonos lo que no somos, son los que negarán que tenemos un serio problema. Porque me duele esta tierra no tengo empacho en airear bien alto que esto es un fracaso en toda regla.

viernes, 2 de julio de 2010
El aula (7) Lo mágico en la educación

Hace ya unos meses que el jurado de las Jornadas Maestropasión tuvo la ocurrencia de concederme el premio homónimo. Como aprendiz de mago que soy no creo haber hecho aún nada destacado que me haga merecedor de un premio que antes que a mí le ha sido concedido a tres grandes referentes de la educación en Canarias. Pero bueno, aceptando esta curiosa 'conjunción astral' quisiera compartir con ustedes esta pequeña reflexión sobre aquello que nos une: la pasión por la enseñanza. Debo estar aquejado de una seria deformación profesional (con algunos ribetes patológicos) porque considero un deber inexcusable del docente el ejercicio de la reflexión sobre sus procesos y sus fines y, por extensión, los que conciernen al conjunto de la escuela. Curiosamente, en los tiempos que corren, no hay nada más 'a la contra' que la reflexión crítica. Frente a esto abunda lo que Theodor Adorno llamaba 'accionismo': la tendencia a la acción sin reflexión, el pretender que, en el caso de la educación, la cosa se resuelve con medidas ad hoc, con la mera aplicación de reglamentos, criterios y decretos de esto o lo otro, etc. La alergia a la reflexión, al debate, al análisis, no es sino otro signo más del descafeinamiento social que nos aqueja.
La magia está relacionada con lo que difícilmente podemos explicar, con lo inefable, con lo que nos maravilla. Se opone a la lógica y a lo racional. Y ciertamente hay algo de mágico en la educación (con permiso de los racionalistas). Hay dos cuestiones fundamentales en las que percibo esa halo mágico: en el despliegue de la inteligencia y en el proceso de crecimiento. La apertura del alumno al mundo, el desarrollo de su inteligencia entendida como un amplio conjunto de capacidades (y muy relacionada con la sensibilidad) es un fenómeno que a mí, al menos, me fascina. Las preguntas que empieza a hacerse el chico, el lugar que reclama en el mundo, su propio proceso de autoconstrucción, tiene todo ello una dimensión que raya en lo mágico (dado que uno nunca consigue explicarlo del todo). Bien es cierto que cuando esto se trunca, cuando el potencial que cada uno lleva dentro queda bloqueado por mil imponderables, lo mágico se convierte en pura frustración. No siempre el mago tiene a su alcance todos los ingredientes para una buena pócima.
La educación desde los griegos siempre ha consistido en la transmisión cultural que los adultos ejercen sobre los jóvenes. En esta relación hay dos cuestiones fundamentales: el ejemplo y la palabra. Los niños aprenden por lo que ven, por lo que viven y por lo que oyen. Y lo hacen en relación con sus iguales y con los adultos. El problema de la escuela actualmente es que las interferencias en este proceso son apabullantes. La industria del ocio (con intenciones puramente comerciales) ha desplazado a la escuela como agente socializador. Al mismo tiempo los adultos hemos construido un mundo que, como diría Tonucci, es completamente hostil a los niños. Frente a esto lo tenemos ciertamente complicado, hay que reconocerlo. En muchos casos la escuela es la última esperanza del ser humano, el refugio postrero en el que se dilucida la batalla definitiva. Los docentes (al igual que los padres) debemos tener claro que lo primero que mostramos en nuestro quehacer educativo es nuestro propio retrato. Al igual que nos preocupamos por dar nuestra mejor imagen cuando posamos para un fotógrafo algo parecido deberíamos hacer cuando nos ponemos frente a una clase. Nuestra capacidad para ofrecer algo interesante en las clases, para resolver problemas, reconciliar con la vida, cautivar con la propia materia, abrir los sentidos y encauzar las emociones de quienes tenemos delante, etc. es la medida que habla de nosotros como buenos, o no tan buenos, 'magos'.
Resulta ya cansino a estas alturas seguir comprobando que el debate sobre el papel del docente sigue tan estancado como siempre. Hay que tener una cierta capacidad de resignación frente a los que entienden su profesión como el de meros transmisores de un currículum académico en el que ni siquiera han intervenido. El caso es que proyectan un retrato de sí mismos, una visión ideológica del mundo, del que no son, la mayoría de las veces, conscientes. Ciertamente la educación entendida de esta forma tiene mucho de funcionarial y poco de mágica. Y es lo que, a mi juicio, menos necesita nuestro alumnado. El obseso por la programación, el notario metido a profesor, es perfectamente sustituible por una colección de cd interactivos. Ahora bien, el profesor que hace de su materia un vivero de experiencias, que tiene mucho que transmitir porque ha sido mucho lo que ha vivido, que entiende la educación como la expresión máxima de lo humano, ese sí que es insustituible (e impagable).
Un error frecuente, inducido por esa racionalidad instrumental contra la que nos prevenía la Escuela de Frankfort, es la de confundir los medios con los fines. Estamos introduciendo demasiado 'ruido' en el proceso educativo. Nos hemos dejado arrastrar por esos cantos de sirena que confían en que la tecnología, al final, nos salvará. El alumno con problemas los seguirá teniendo igual con un ordenador portátil delante o frente a una pizarra digital. Otra cosa es que caigamos también en la trampa de que el objetivo de la educación es mantener entretenido al personal, para eso la tecnología sí que tiene un potencial inigualable. Esta confusión relega al profesor a la condición de 'monitor', 'operador de sistemas' y poco más. Nos hace completamente prescindibles (y hay quien piensa que no sería mala idea). Al contrario, hoy más que nunca, debemos reivindicar la figura del maestro como una referencia esencial en la formación de la persona y del ciudadano. No debemos caer en la tecnofobia pero tampoco en la ingenuidad de creer que la tecnología será la receta que acabe con todos los males que nos atormentan.
Frente a todo esto debemos reivindicar lo 'artesanal' en la educación. Lo artesano es lo que se hace con las manos, lo que está muñido a pequeña escala, lo que se cuece a fuego lento (como todas las buenas pócimas). Lo artesano se opone a lo industrial, a lo mecánico y repetitivo. Lo artesano va dirigido a la persona, lo industrial al consumidor, al cliente desprovisto de una identidad propia. La educación seriada y despersonalizada es la marca distintiva de los regímenes totalitarios. Un mago de la educación no se hace en una fábrica, se hace en un pequeño taller, en contacto con otros magos que le transmiten los arcanos del oficio. En este sentido, lo mejor que puedo decir de mí es que tuve algunos buenos maestros, algunos magos excepcionales que se cruzaron en mi vida. Algunos lo fueron incluso sin saberlo. Porque siempre me preocupó agudizar bien los oídos y empaparme de aquellos que tenían mucho que contar. Aprendí también de algunos alumnos que me devolvieron más de lo que yo les pude enseñar. Procuré y procuro apurar este regalo de la existencia que nos ha sido concedido por esta particular evolución del universo e interpretarla, según mi perspectiva, con los alumnos que el azar hizo que coincidiéramos. Aprendí mucho y bien de los libros que siempre me acompañaron y de todo aquello que me asombró y me hizo menos imbécil.
Un premio como éste se convierte en un compromiso más con esta tarea que es a la vez pasión y tragedia, vocación y destino; es una alianza renovada con esta compañera fiel -pero difícil- que es la enseñanza, un nuevo sortilegio que sumar a los anteriores.

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