Tal y como relataba en el post anterior, salía yo con el espíritu engrandecido por la visita a la exposición sobre Gregorio Marañón en la Biblioteca Nacional cuando me sucedió un episodio verdaderamente extraordinario. Me abordó un personaje con una carpeta en la mano, de unos cincuenta y tantos años y de rasgos árabes, que se presentó como un militante de la causa saharaui. Yo me presenté a su vez como un canario, lo que ya establecía una cierta afinidad entre ambos. El hombre dio un respingo y me cogió de los hombros diciéndome que su esposa era de La Gomera y que había estado hacía unos días dando una conferencia en la Universidad de La Laguna. Era, por lo visto, un profesor de arqueología de La Soborna que se encontraba en Madrid en un congreso internacional. Yo, modestamente, aludí a mi condición de profesor de Filosofía de secundaria, a lo que él con grandes aspavientos respondió con sus estudios de Filosofía ¡en la universidad de Heidelberg! Acompañó esto de citas de Heidegger y de la Ética a Nicómaco de Aristóteles. A estas alturas yo no salía de mi asombro y pensaba que el día me estaba saliendo redondo. Continuó con un discurso fascinante, con todo tipo de detalles, sobre una excavaciones en Etiopía que él dirigía por encargo de la UNESCO, sobre un libro que trataba sobre el previsible desencanto que Obama iba a generar en el mundo -que estaba a punto de publicarle Seix Barral, sobre su condición de consejero cultural del Polisario, etc. Abrumado como me encontraba sólo acerté a mencionar mi humilde apoyo a la causa de Aminetu Haidar. En ese momento me dio un fuerte abrazo y casi con lágrimas en los ojos reveló que era ¡primo de Aminetu Haidar! De hecho su nombre era Sailek Haidar y había estado en permanente contacto con la activista saharaui aconsejándola sobre la estrategia a seguir. Precisamente en esos día estaba presionando en el Parlamento Europeo, usando toda su influencia, para que en las próximas semanas saliese adelante una resolución de apoyo a la causa saharaui. Me dijo que a finales de junio iba a presentar un libro en Tenerife y que no dejara de asistir porque me regalaría uno. Bueno ¿qué decir ante este currículum, ante este torrente de datos, citas y acontecimientos? Yo estaba entre asombrado y encantado.
Después de una media hora de discurso finamente hilado me enseñó un texto de apoyo a la causa saharui que iba a presentarse en el Parlamento Europeo como apoyo a la iniciativa que me había comentado. Sin dudarlo estampé mi firma. Acto seguido me dijo que tenía por costumbre emplear parte de su tiempo, siempre que venía a España, a recaudar fondos para la colonia de saharuis refugiados y que si tenía inconveniente en aportar algo, calderilla incluso. Le di 20 euros ¡qué menos! En ese instante me estrechó solemnemente la mano y me emplazó a vernos en junio en La Laguna. Tenía prisa porque un compañeros debía recogerlo en un momento junto a la estatua de Valle Inclán para acudir al congreso donde debía dar una conferencia sobre las estelas grabadas de Tiya en Etiopía. Cuando se despidió nos fuimos al parque del Retiro en una nube. Sin embargo, con el paso de las horas, una cierta sospecha empezó a apoderarse de mí.
Una vez en el hotel nos dedicamos a hacer una exhaustiva búsqueda en internet de este personaje. ¡Nada! Alguien con este currículum debía de tener como mínimo cientos de entradas. Del libro sobre Obama, ¡nada! En el departamento de arqueología de la Soborna, ¡nathing! De excavaciones de la UNESCO en Etiopía, ¡ni rastro! Evidentemente empezó a embargarme una mezcla de ira e indignación, sobre todo porque se aprovechara de la situación del pueblo saharaui para hacer caja. Pensé en ponerme en contacto con la representación del Polisario en Canarias pero también el paso del tiempo hizo que terminara por verlo desde otra perspectiva. El tipo, indudablemente, era un genio, un profesional a la antigua del timo, un artista. ¡Qué verborrea! ¡qué capacidad de adaptarse a la información que le iba proporcionando su víctima! ¡qué ductilidad! ¡qué recursos! ¡qué cultura! Una exhibición de esa clase no valía menos de 20 euros. Era la versión intelectual de un Tony Leblanc en “Los tramposos”, todo un clásico. No en vano su área de actuación debía ser el exterior de la Biblioteca Nacional y seguramente otros recintos ligados a la gran cultura. Incluso nos hicimos una foto juntos. Tengo ganas de volver a encontrármelo.
Muy buena narración.Hay veces que la vida nos depara sorpresas como esta. Te imaginas que con semejante cultura tenga que dedicarse al timo como medio de vida. Esto daría para una novela. Un abrazo.
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