Hubo un tiempo, no muy lejano, en
el que rodear el Congreso se convirtió en un desafío en toda regla al entramado
político al mando. Los manifestantes acudían de plazas y descampados, se
constituían en mareas, plataformas y colectivos de lo más variopinto y, sobre
todo, perdían el miedo día a día, después de tener que soportar las
consecuencias de una estafa en forma de crisis a las que otros, los de siempre,
parecían inmunes. Una cosa que se les reprochaba es que no representaban a
nadie, en todo caso a sí mismos. No se habían presentado a unas elecciones, no
tenían la legitimidad necesaria y, por supuesto, carecían del mínimo de
legalidad que amparara tanto descaro. Pues bien, la legión de descamisados,
golpeados por la crisis, indignados en cualquier grado y condición, ya tienen
su cuota de representación y han entrado por la puerta grande en la sede de la
soberanía nacional, ciudadana o popular (o como se la quiera llamar). De hecho,
hoy puede decirse que el Congreso de los Diputados se encuentra en el punto más
alto de su historia en cuanto a su índice de reflejo de la realidad social de
este país. Aparte de un 40% de mujeres, una significativa rebaja de la edad
media de sus señorías, podemos observar a personas de andar por la calle (o en
bicicleta, que tanto da), con sus pelambreras, ropajes y circunstancias. El
caserón de la calle de San Jerónimo, tradicional brazo político del poder
económico y financiero español, hoy es un poco más del estudiante, del parado,
de la humilde trabajadora que debe desprenderse de su hijo lactante para no
perder su puesto de trabajo, de los inmigrantes, de los discapacitados, de los
que apenas llegan a fin de mes, de los estafados, de los que jamás han visto
los brotes verdes de ninguna clase, de los que no pueden pagar la luz, de los
desahuciados y un largo etcétera. Es normal que la clase política encorbatada,
acostumbrada a tarjetas blacks y sobresueldos en pasta contante y sonante y en
especie, los que antes usaban gomina y hoy se sueltan el pelo, los que pensaban
que en el orden natural de las cosas ellos eran los únicos llamados a mandar,
es normal, repito, que estén muy preocupados. Algo empieza a cambiar. Algunos
han perdido su escaño en manos de descamisados y greludos, en manos de gente
extraña, desconocida, en manos de gente sencilla, inesperada y silenciada.
¡Tremendo atrevimiento!
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