Mi antigua alumna, y hoy joven y prometedora profesora, Beatriz Oliver, me lanza el reto de escribir algunas líneas sobre “la Iglesia y su hipocresía” a propósito de los tradicionales dislates de la institución católica en materia de sexualidad. Mi primer impulso es agarrar el clásico de Pepe Rodríguez “La vida sexual del clero”. Pero no hace falta disparar con artillería de grueso calibre. La cuestión del sexo y el sacerdocio católico es todo un clásico que ha suscitado ríos de tinta. Cuando el río suena...
La Iglesia Católica es una institución anacrónica en esencia con tendencia a la momificación y el alcanfor. Todavía recuerdo cuando en 1992, mi primer año como profesor, coincidió una clase mía sobre la Revolución Científica del Renacimiento con el reconocimiento de la Iglesia de las tesis de Galileo. A esas alturas los sabios purpurados decidieron que ya era tiempo de admitir que la Tierra gira alrededor del Sol ¡nunca es tarde!, ¡unas buenas risas nos echamos con aquello! Estas cosas son propias de quienes aún andan a cuesta con lo de las verdades reveladas y esas cosas.
Pero entremos en materia. Resulta toda una curiosidad intelectual (siendo comedidos, vaya) que cuestiones morales que afectan hoy a miles de individuos sean el resultado de los antiguos códigos de comportamiento de un pueblo del medio oriente, misógeno como tantos otros, obsesionado con el fin de los tiempos, productor de mesías como setas, a hostias con los romanos y tremendamente rigorista en sus actitudes. Esta fundamentación moral provoca argumentaciones pintorescas. Como la que sostiene que el celibato de los sacerdotes es producto de que el líder de la cosa prefirió la soltería mística o que el papel de las mujeres como carne de convento se deba a que optó por rodearse de hombres en su círculo íntimo de seguidores. Claro que cada uno cree en lo que le parece ¡faltaría más! Para que luego no se diga que eso del progreso es una patraña.
No hay nada más antinatural que prescindir de algo tan incrustado en el ADN de los humanos como la sexualidad. Y resulta curioso que esto lo plantee la Iglesia Católica, que anda siempre a vueltas con su particular interpretación de una supuesta “Ley natural” que les sirve para oponerse furibundamente a cualquier interrupción del embarazo, la homosexualidad o a decidir sobre la propia muerte. Por lo visto la expresión de los deseos y la realización sexual, entre otras cosas, no forma parte del orden natural de las cosas. Esta ceguera es la causante de severos desórdenes de la personalidad que afecta a algunos sacerdotes y similares (con las consecuencias horrorosas que están en la mente de todo el mundo). No hay que estar demasiado ducho en psicología para darse cuenta inmediatamente de ello.
La Iglesia Católica, o mejor dicho, el poderoso y jurásico núcleo vaticanista, tiene un profundo miedo a los cambios pues su preeminencia se basa en la aceptación ciega y acrítica de un conjunto de dogmas históricos que son la piedra angular de todo el entramado. Deben temer que si ceden en algunos de estos aspectos, por pequeño que sea, el chiringuito se les viene abajo en un plis plas. Por encima de cuestiones creenciales aquí hay un asunto de puro y duro poder. No otra cosa es (y ha sido siempre, al menos desde San Pablo) este tinglado católico. A pesar de todo reconozco mi simpatía por ciertos católicos críticos que se empeñan en darse de bruces con la jerarquía gerontocrática y panzuda y con muchos católicos que eligen el bando de los pobres y los desposeídos (tan denostados por sus propios mandamases como si fuesen portadores de la peste). Y yo me pregunto ¿qué hace un ateo como yo hablando de estas cosas? Es que en el fondo nos gusta...
La Iglesia Católica es una institución anacrónica en esencia con tendencia a la momificación y el alcanfor. Todavía recuerdo cuando en 1992, mi primer año como profesor, coincidió una clase mía sobre la Revolución Científica del Renacimiento con el reconocimiento de la Iglesia de las tesis de Galileo. A esas alturas los sabios purpurados decidieron que ya era tiempo de admitir que la Tierra gira alrededor del Sol ¡nunca es tarde!, ¡unas buenas risas nos echamos con aquello! Estas cosas son propias de quienes aún andan a cuesta con lo de las verdades reveladas y esas cosas.
Pero entremos en materia. Resulta toda una curiosidad intelectual (siendo comedidos, vaya) que cuestiones morales que afectan hoy a miles de individuos sean el resultado de los antiguos códigos de comportamiento de un pueblo del medio oriente, misógeno como tantos otros, obsesionado con el fin de los tiempos, productor de mesías como setas, a hostias con los romanos y tremendamente rigorista en sus actitudes. Esta fundamentación moral provoca argumentaciones pintorescas. Como la que sostiene que el celibato de los sacerdotes es producto de que el líder de la cosa prefirió la soltería mística o que el papel de las mujeres como carne de convento se deba a que optó por rodearse de hombres en su círculo íntimo de seguidores. Claro que cada uno cree en lo que le parece ¡faltaría más! Para que luego no se diga que eso del progreso es una patraña.
No hay nada más antinatural que prescindir de algo tan incrustado en el ADN de los humanos como la sexualidad. Y resulta curioso que esto lo plantee la Iglesia Católica, que anda siempre a vueltas con su particular interpretación de una supuesta “Ley natural” que les sirve para oponerse furibundamente a cualquier interrupción del embarazo, la homosexualidad o a decidir sobre la propia muerte. Por lo visto la expresión de los deseos y la realización sexual, entre otras cosas, no forma parte del orden natural de las cosas. Esta ceguera es la causante de severos desórdenes de la personalidad que afecta a algunos sacerdotes y similares (con las consecuencias horrorosas que están en la mente de todo el mundo). No hay que estar demasiado ducho en psicología para darse cuenta inmediatamente de ello.
La Iglesia Católica, o mejor dicho, el poderoso y jurásico núcleo vaticanista, tiene un profundo miedo a los cambios pues su preeminencia se basa en la aceptación ciega y acrítica de un conjunto de dogmas históricos que son la piedra angular de todo el entramado. Deben temer que si ceden en algunos de estos aspectos, por pequeño que sea, el chiringuito se les viene abajo en un plis plas. Por encima de cuestiones creenciales aquí hay un asunto de puro y duro poder. No otra cosa es (y ha sido siempre, al menos desde San Pablo) este tinglado católico. A pesar de todo reconozco mi simpatía por ciertos católicos críticos que se empeñan en darse de bruces con la jerarquía gerontocrática y panzuda y con muchos católicos que eligen el bando de los pobres y los desposeídos (tan denostados por sus propios mandamases como si fuesen portadores de la peste). Y yo me pregunto ¿qué hace un ateo como yo hablando de estas cosas? Es que en el fondo nos gusta...
Muy bueno, sinceramente he pasado un buen rato leyéndote. Lo cierto es que a esta cuestión aplico una de mis máximas crueles: Si siguen ahí y de esa manera será porque habrá quien los necesite así y de ese modo. No se si es peor ese tipo de clerecía al que haces mención o los rebaños de fieles que los apoyan o utilizan o necesitan. Palabra de atea. Beso.
ResponderEliminarMe a parecido muy ameno de leer ya que es un tema que nos concierne a todos. No podemos dejar que la iglesia se siga "apoderando" de nuestras mentes. tenemos que liberarnos ya de sus ataduras.
ResponderEliminarBueno, yo por discrepar con el autor y con los comentaristas, tan solo decir que hay otros (habemos) que sí creen en esa iglesia (perdón, Iglesia), que creemos que necesita cambios (of course!) y que, sobre todo, la amamos (desde dentro, así de simple). No puedes cambiar lo que no quieres...
ResponderEliminarY para mí también ha sido un gusto leerte, Damián. Un abrazo. Ale
Leí tu artículo hace un mes y lo he dejado reposar porque, cosas mías, no soy persona de respuestas rápidas, y así me va. Yo, un cristiano católico confeso y sin complejos, seguidor de Jesús de Nazaret desde mi juventud, que he gastado siete años estudiando el hecho cristiano, que me he pasado la vida dialogando con la cultura y el pensamiento, que para más inri, me gano el pan diario como profe de Religión, al leer tu artículo me acordé de la canción “El necio” de Silvio Rodríguez,… Sí, eso debo ser yo, un necio, y hasta debería estar agradecido de que me lo hayas hecho ver.
ResponderEliminarClaro, desde mi necedad, me asaltan algunas preguntas: ¿qué hace una persona como yo, y tantas otras que tú y yo conocemos, militando en la Iglesia? ¿Será un problema de inteligencia? ¿Somos todos unos hipócritas? ¿Nos han lavado el cerebro? ¿Somos unos borregos que nos hemos dejado embaucar por esa gerontocracia panzuda? ¿Qué hacemos profesando unas verdades que, según tú, aceptamos en forma ciega y acrítica? Por mucho que lo pienso no hayo respuesta, a lo mejor tú con tus luces, y la ayuda de tu amiga, lo logras explicar.
Damián, francamente, no quiero que me mires con simpatía, como que dices al final del artículo, ello, en cierta forma, me resulta insultante. Desde mi ignorancia, no pido simpatía, sino el respeto que merecen mis creencias, y mi praxis de vida, y las creencias y el testimonio de tantos y tantas cristianos y cristianas que viven su fe honestamente, que dan su vida por los demás, especialmente en los países más pobres. Y que, déjame contarte, no somos unos apestados dentro de la Iglesia. Me parece una afirmación gratuita y ofensiva. Caritás, Manos Unidas, y tantos hospitales, comedores, refugios, escuelas, asilos, acción solidaria, ONGs, comunidades de base, etc., a lo largo y ancho del mundo ¿Unos apestados para la Iglesia? ¿De dónde sacas esa afirmación? No lo entiendo, debe ser un problema de mi necedad.
Una cosa es clara para mí: al arremeter contra la Iglesia, arremetes no sólo contra los obispos, si esa era tu intención, sino contra toda esta gente que milita en ella, que trabaja y que vive su vida conforme a estos valores. Y creo que no merecen este trato descalificador que les propinas.
¡Qué bueno sería poder dialogar! Yo, que he crecido y vivido en ambientes ateos y de izquierdas, tanto en Europa como en América Latina, pudiera compartir contigo lo que pienso, e incluso crítico, de mi propia Iglesia; seguramente coincidiríamos en un montón de cosas. Sé que te preocupa, por ejemplo, el tema de la justicia social y de la solidaridad, y en ello concuerdas necesariamente con muchos cristianos y cristianas. Pero no me hago ilusiones, Damián, no hay diálogo posible cuando de un plumazo me largas con un lenguaje tan mordaz tu postura sobre los cristianos y las cristianas, sobre la propuesta de Jesús de Nazaret, que sí, claro que es rigorista, y tanto, con el tema del amor fraterno, y de la dignidad de la persona humana hombre/mujer.
No hay diálogo cuando te sientes tan dueño de tus verdades, no sé si reveladas o no, que satirizas a quienes se atreven a pensar de otra manera. No sé qué modelo de convivencia se forja con este maniqueísmo, que para colmo de males pasa por “progre”, y que en el fondo es la repetición de los mismos prejuicios de toda la vida, la misma actitud sectaria y dogmática, que no te niego que en ocasiones tienen algunos miembros de la misma Iglesia, y que tanto sufrimiento e injusticias han producido a lo largo de la historia.
Bueno, yo he tenido la honestidad de decirte lo que pienso, aunque, parafraseándote, no sé que hace un creyente como yo, en un blog como este.