miércoles, 25 de julio de 2012

Olimpiadas

Si hay algo que simboliza hoy en día a esta sociedad del espectáculo son las Olimpiadas. Ahora que nos toca una nueva cita volveremos a contemplar el mareante baile de millones en inversiones inmobiliarias e infraestructuras deportivas (esto es: especulación sin freno). Asistiremos al escandaloso tren de vida de los infinitos miembros del Comité Olímpico Internacional, metidos en no se sabe cuántas historias de dudosa calificación. Nos dejaremos apabullar por el universo publicitario y participaremos de las exaltaciones nacionales. ¿Y el deporte? Eso, me temo, es lo de menos.  Una excusa para que la maquinaria económica obtenga los beneficios que justifiquen semejante inversión.
Lejos quedan aquellas Olimpiadas de la Grecia Clásica en las que los deportistas amateur competían por el honor y  la gloria, aspiraban al desarrollo armónico del cuerpo y del alma y obtenían a cambio, según parece, como todo premio,  una manzana. En el periodo de los Juegos, considerado sagrado, se establecía la llamada Paz Olímpica y cesaba cualquier tipo de conflicto. ¡Ay, si Zeus levantara la cabeza! Nuestro turbo-capitalismo  convierte cualquier acontecimiento mínimamente relevante en una forma más de hacer negocio. Pervierte el espíritu originario de cualquier cosa hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo. Los nuevos dioses del deporte no son sino los actores imprescindibles, con mayor o menor fortuna, en este teatrillo deslumbrante, meros portadores de logos publicitarios, marionetas en manos de representantes y agentes comerciales, agitadores de banderas y propagadores de consignas prefabricadas. Esto es lo que hay, eso sí, con mucha mercadotecnia y emisión en Hight Definition.
Por otra parte, la utilización política de los Juegos, al menos desde Berlín 1936 a Beijing 2008, es una cosa escandalosa. Con aquello de que es un escaparate de una ciudad o de  un país al final se convierte en una oportunidad de oro para que los que controlan el cotarro vendan su cara más amable. Las denuncias respecto al incumplimiento de los Derechos Humanos o las prácticas de dudosa legalidad caen en saco roto frente a la enorme máquina de hacer dinero en el que se ha convertido este acontecimiento mediático. Las escasísimas muestras de protesta por parte de algún cerebro pensante (y ahora me viene a la mente la imagen de aquellos deportistas afroamericanos que puño en alto y con la cabeza baja protestaron contra la discriminación racial en las Olimpiadas de México 1968) fueron duramente reprimidas. Las Olimpiadas tienen que ser una cosa blandita y nada conflictiva, como les conviene a los promotores del invento.
Frente a todo esto hay que reivindicar el deporte de base, el que practican innumerables personas con el único propósito de pasarlo bien, mejorar su salud o como un estilo de vida. Personas a las que les cuesta dinero practicar su deporte de favorito, que jamás harán declaraciones tópicas y prescindibles delante de un panel con trescientas marcas publicitarias y que no hipotecan sus vidas con el efímero propósito de subir a un pódium olímpico. Así que cuando empiece esta nueva cita londinense lo mejor será ir a darse un paseo, nadar un rato o jugar algún partidito con los amigos si de verdad queremos rendir un sentido homenaje a aquel viejo espíritu olímpico del que ya no queda ni su sombra.

1 comentario:

  1. JORGE NÚÑEZ DÍAZ26 de julio de 2012, 1:27

    Este artículo tiene un fuerte y sólido pensamiento sociológico. Felicidades!! muy buen artículo.
    saludos

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