lunes, 14 de diciembre de 2009

El Impertinente (11) ¡A consumir todo el mundo!

El artículo de la Revista Tangentes de este mes de diciembre no podía estar dedicado a otra cosa.
Escenas de la vida cotidiana: una persona abre las puertas de su ropero, que apenas encajan entre sí debido al volumen de ropa almacenada, y exclama angustiada: - ¡no tengo nada que ponerme!; un niño acostado en la cama de su habitación, rodeado de docenas de juguetes y cachivaches, le recrimina a sus padres: -¡me aburro!; un joven que hace apenas unos meses se ha comprado la última maravilla del mundo informático, y del cual no aprovecha ni el 5% de su capacidad, entra en una profunda desesperación cuando se entera de que el nuevo equipo que saldrá dentro de poco tiene un procesador no se sabe cuántas veces más rápido que el suyo e incluye nuevas virguerías mediante las que puedes contemplar una pecera virtual mientras juegas al penúltimo videojuego hiperrealista que te salpica con imitaciones de vísceras (¡imprescindible!).
Estos son unos ejemplos, entre otros muchos posibles, de lo que podríamos llamar ‘psicopatologías’ de nuestra sociedad hiperconsumista. La acumulación de objetos sin sentido no genera sino más frustración en el individuo. Es la forma de alienación más extendida en las sociedades tardocapitalistas. Hemos dejado de ser personas para convertirnos en consumidores que, en función, de su renta somos objeto de disputa entre miles de empresas que tratan de ‘fidelizarnos’, seducirnos con premios y ofertas y que no dudan en despertarnos con una llamada de teléfono en plena siesta para ofrecernos promociones irresistibles.
La cosa pública ha quedado prácticamente reducida al paseo/encuentro en el mega centro comercial. En éstos se confunde intencionadamente lo público con lo privado al servicio del consumo. Cuando uno pasea por una galería de un gran centro comercial cree estar en realidad en la calle mayor de un pueblo. Esta ilusión óptica favorece la tendencia a consumir de una manera casi natural. Como muy bien expusiera José Saramago en su novela “La Caverna” la plaza pública, el ágora de los antiguos griegos, es hoy en día el centro comercial. En ella pasamos gran parte de nuestra vida social, paseamos, nos encontramos con vecinos y conocidos, pasamos nuestros ratos de ocio, aparcamos el coche gratuitamente y, fundamentalmente, compramos miles de cosas que no necesitamos. Pero ésta no deja de ser una “caverna” (siguiendo el mito platónico): un lugar de sombras donde nada es lo que parece, donde el individuo está atado por las cadenas de la ignorancia y la manipulación.
Ahora que la fastidiosa crisis parece amargar la existencia del anteriormente feliz consumidor aparecen nuevas formas de canalizar ese impulso. Es el tiempo de las baratijas, de los menús a 1 €, del pague uno y llévese tres. Aquellas pequeñas tiendas de bagatelas chinas ahora son auténticas naves industriales donde la gente puede satisfacer sus ansias de acumular objetos inútiles a precios bien reducidos. En realidad el Síndrome de Diógenes está más extendido de lo que parece. Ahora que llega la cada vez más adelantada Navidad, el tiempo de consumo por excelencia, la fiebre del personal empieza a crecer por momentos. ¡Olvídese de sus problemas! ¡haga caso omiso del estado de sus tarjetas de crédito! ¡ignore la situación de sus pagos bancarios! ¡pase por encima de su estabilidad o situación laboral! ¡Consuma -si puede- y sea feliz!
Todos estos comportamientos no son sino una expresión más del profundo vacío existencial que se extiende por nuestra sociedad. Se trata de no pensar, de comprar compulsivamente para tener algo que hacer en esos periodos en los que ni se estudia ni se trabaja, ni se ve la televisión ni se está enganchado a algún entretenimiento audiovisual, en los ratos libres en los que corremos el riesgo de toparnos con nosotros mismos. Y mientras tanto siempre habrá alguien que haga caja a costa de nuestra desesperación.

2 comentarios:

  1. Ultimamente me estoy planteando si el género humano como ya ha ocurrido con otros animalitos se podría ramificar, como en su día ocurrio con los homínidos. Algo así Raza humana-extra, semi, media, baja, ínfima, etc. Lo preocupante serían bajo qué valores se realizaría la autoselección: económicos seguramente al paso que vamos, con el consiguiente peligro de "cosificación programada". Un saludo.

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  2. Estoy de acuerdo. Ultimamente estoy pensando en cambiarme de especie...

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