lunes, 23 de noviembre de 2009

El impertinente (10) La velocidad

(Publicado en Tangentes en enero de 2009)
Dedicado a los amantes de la "vida lenta" -si nos dejan...

Cuenta el periodista Carl Honoré en su famoso libro Elogio de la Lentitud que el día que se descubrió a sí mismo luchando contra su hijo de dos años por acortar la duración del cuento de cada noche empezó a preocuparse. Era un hombre devorado por la “falta de tiempo”. A nadie se le escapa que vivimos inmersos en una vorágine vital. Hay que hacer muchas cosas en el mínimo de tiempo, rentabilizar, optimizar….
Es evidente que la base de este modo de vida es claramente económica. Para que el sistema sea viable es necesario que funcione de manera hiper veloz. Conceptos claves como “productividad”, “consumo” o “crecimiento” nos remiten a acontecimientos que deben producirse de manera acelerada. Precisamente, la actual crisis económica planetaria no deja de ser un problema de desaceleración del sistema. Es decir: si la velocidad de los flujos económicos desciende, el cotarro amenaza con descarrilar.
Las voces que vienen advirtiendo de las funestas consecuencias de este modelo económico para la salud física y mental del ser humano no son de ahora. Se remontan a la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII y se acrecientan con los que algunos han denominado el “turbocapitalismo” del siglo XX. La idea general es que la velocidad del sistema nos deshumaniza, nos convierte en cosas (engranajes del sistema mismo) y en meros consumidores.
Esta crítica que puede parecer muy abstracta tiene, sin embargo, claros reflejos en nuestra vida cotidiana. Vivimos en una sociedad zapping. Todo tiene que ser de corta duración y máxima intensidad. El interés decae si el acontecimiento se prolonga. El filósofo Gilles Lipovetsky acuñó el término el imperio de lo efímero para denominar este fenómeno. Hemos criado a una generación joven hiper-estimulada, aunque quizás no en la mejor dirección. Es la generación de la play station, de la nintendo, hasta el punto de que algunos pedagogos se plantean incluir los videos juegos como gran apuesta metodológica para las escuelas que quieran sintonizar con el alumnado (ya se sabe que si no puedes con el enemigo…) ¿Por qué es tan difícil promocionar la lectura? Porque leer supone parar, estar a solas consigo mismo y con un libro. Muy aburrido. ¿Por qué hemos llegado a este nivel de estupidez colectiva? Porque pensar significa tomar distancia y darse tiempo. El profesorado sabe que el alumnado no llega ya a 10 minutos de concentración, que los mensajes tienen que venir acompañados de fuegos artificiales y que su máxima aspiración es combatir la enfermedad de nuestro tiempo: el aburrimiento. Al final, curiosamente, es un problema de saturación de los sentidos y de adicción a los estimulantes.
Las patologías de la velocidad se extienden a todos los órdenes de la vida. En política vemos cómo se vive al día, a golpe de efecto, sin proyecto ni objetivos a largo plazo. Un trabajo fijo es una quimera. Un estreno cinematográfico no aguanta, en el mejor de los casos, un mes en la cartelera. Los éxitos musicales tienen que ser verdaderamente memos para triunfar. Las gafas de sol ahora tienen que ser pantallas en cinemascope para resultar cool –las que te compraste el año pasado ya no sirven. En fin…
Frente a esto hay que reivindicar la lentitud como ideal de vida. Una forma de re-humanizarnos, de tejer nuevos lazos familiares y sociales, de desprendernos de todo lo superfluo que nos rodea. Reivindicar el valor de lo pequeño, de lo auténtico. Encontrar el sentido en lo cercano. Disminuir la velocidad vital que alimenta la consulta de los psiquiatras. Esta sería la auténtica transformación social del siglo XXI (otros dirían ‘revolución’). Este sistema que ahora hace aguas, y que demanda –mira por dónde- que lo público salga en su rescate, nos quiere idiotas. Vivir con un poco más de lentitud puede ser un gesto de rebeldía.

2 comentarios:

  1. Hola Damián, me gusta que cada vez hay mas gente que piensa como tu, aunque la brecha es grande, tiene sentido desacelerar, o por lo menos ser consciente de nuestra estúpida rapidez: La semana que viene Carl Honoré a España, estará en Zaragoza, esta ciudad quiere sumarse al movimiento Slow, ser simpatizante del Slow city. Soy representante de Carl en España, speakingpeople.es.

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  2. Me alegra mucho que hayas recalado por este blog. Evidentemente me interesa mucho este tema por lo que le echaré un vistazo enseguida a la web que citas.

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