jueves, 10 de junio de 2010

El Impertinente (8) ¿El final del Estado del Bienestar?

Bajo el epígrafe “Estado del Bienestar” (Welfare State) se entiende un modelo social que se impone, básicamente en Europa, después de la II Guerra Mundial, en el que se considera que la principal misión del Estado es proteger y prestar una serie de servicios a la ciudadanía. Lógicamente, esto cuesta dinero y requiere en general de impuestos altos y de un cierto endeudamiento estatal.
A cambio se gana cohesión social, prestaciones, seguridad... La política de pensiones, seguridad social, educación y sanidad pública de calidad, entre otras muchas cosas, son concreciones de este Estado del Bienestar. El ejemplo más avanzado de estas políticas han sido tradicionalmente los países escandinavos. Nadie duda del alto nivel de vida del que gozan y por esto mismo llevan encabezando durante años los primeros puestos del Índice de Desarrollo Humano (un indicador de la ONU que mide la calidad de vida de los países).
A pesar de esto, no falta quienes critican el Estado del Bienestar al considerar que constituye un derroche innecesario de dinero, un falso igualitarismo, una injerencia injustificada del Estado en la libertad individual, etc. Lo cierto es que, al calor de la crisis, el Estado del Bienestar, o las prestaciones de las que hemos disfrutado, en mayor o menor medida, en los últimos años parecen seriamente amenazadas. Ahora se imponen los recortes, el adelgazamiento del Estado, la política del ‘no’. Comienza una labor de derribo aplaudida y jaleada por los prebostes de la economía mundial. De repente, nuestras vidas se han poblado de conceptos que nos eran ajenos: ‘agencias de calificación de riesgo’, ‘deflación’, ‘confianza de los mercados’... Y estos conceptos ‘justifican’ unas medidas que a muchos les genera una lógica desazón.
La pregunta es que si el Estado no está para proteger a los ciudadanos ¿para qué sirve, entonces? Lo cierto es que hay muchos que piensan que el Estado debiera ser una cosa mínima y que todos los servicios estarían mejor en manos privadas, que cualquier cosa que suponga una traba a los mercados, al libre comercio, a la iniciativa particular, sobra. Pero soy de los que piensan que este planteamiento hace tiempo que está desacreditado. Estas políticas ultraliberales tradicionalmente han generado una enorme fractura social. Unos pocos se han hecho muy ricos y muchos infinitamente más pobres.
Cuando se desencadenó está dichosa crisis, cuando se reveló que al parecer vivíamos en un falsa burbuja de consumo y bienestar, todo el mundo tuvo claro, incluso la mayoría de los dirigentes mundiales, que esta era la crisis de un capitalismo desbocado. Alguien dijo, incluso, que había que volver a la cultura del trabajo frente a la economía de la especulación, esa en la que un sujeto sentado frente a un ordenador podía ganar millones solamente dando órdenes de compra y venta de acciones o vendiendo simplemente humo (acordémonos de las ‘hipotecas basuras’). Como a los bancos se les había ido la olla, cegados por el continuo ir y venir de pingües beneficios, hubo que inyectarles cantidades astronómicas de dinero público (¡vaya, de repente el Estado servía para algo!) para que su cuenta de resultados siguiese mostrando los lustrosos beneficios de siempre para solaz de sus consejos de administración y de sus grandes accionistas (bueno, a eso lo llaman ‘mejora de la liquidez’ o ‘reactivación del crédito’). ‘Hay que evitar que quiebre el sistema’ -nos dijeron. ‘Ya habrá tiempo de reformar las cosas’, ‘lo prioritario es evitar la debacle’. Vale ¿y ahora? Pues se impone la receta de toda la vida. Atrás quedaron aquellos propósitos de enmienda. Atrás quedó el Estado del Bienestar.
Algunos piensan que la Economía lejos de ser una ciencia es lo más próximo a una práctica esotérica. Sin embargo sí que hay algunas cuestiones meridianamente claras: cuando se trata de pagar la factura, cuando hay que apretarse el cinturón, cuando hay que recortar de esto y aquello, ya sabemos quiénes tienen que pagar los platos rotos. La multitud de análisis económicos, de comentaristas de la cosa, de sesudas proyecciones financieras son una forma de disimular esta cruda realidad: para que los ejecutivos de las empresas del IBEX 35 sigan disfrutando de sus sueldos millonarios, para que los inquilinos de las exclusivas mansiones puedan seguir pagando los 7.000 € mensuales de alquiler (gastos del servicio aparte), para que los leones de las finanzas puedan seguir manteniendo su altísimo nivel de vida, otros tendrán que ver congeladas sus míseras pensiones, deberán ver cómo se extinguen sus prestaciones por desempleo o tendrán que asistir a la eternización de las listas de espera en los hospitales. Alguien pensará que esto es demagogia barata. Qué va, es simplemente un ejercicio de lisa y llana traducción.

4 comentarios:

  1. Yo no sé si es el fin de estado de bienestar, lo que sí parece es el fin del sentido común de much@s y de nuestra capacidad de cabreo, protesta y lucha. En definitiva, cuanto más pe pisoteas, más me gusta.

    ResponderEliminar
  2. Colapso europeo a favor de EE.UU., gana EE.UU., pierde Eurpa. La guerra no tiene razón de ser.
    Saludos

    ResponderEliminar
  3. Así parece, efectivamente. Sin embargo conviene recordar que los apuros estan llegando a capas más elitistas, que antes no se enteraban. Hay muchos ejecutivos, de esos que cobraban muuuucha pasta, en paro, y no saben qué hacer, ya que no estan preparados para otra cosa. Tan solo los seres creativos,los imaginativos y los sinverguenzas, (desgraciadamente) sobrevivirán. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Hay que leer a Naomi Klein y su "Doctrina del Shock". Esta es la coartada que algunos estaban esperando para acabar con el modelo social europeo. Lo veremos.

    ResponderEliminar