jueves, 5 de abril de 2012

Adiós al Café Gijón

                              A Cristina Edurne Lorenzo

Hace algo menos de un año estuve por última vez en el mítico Café Gijón de Madrid. Fue en el transcurso de un viaje de estudios del instituto. En aquella ocasión la tropa llegó extenuada al Paseo de Recoletos y los profes, aún lozanos y plenos de vitalidad, decidimos hacer una escapada a ese templo literario. Dos alumnas a las que las fuerzas y la curiosidad no las habían abandonado se unieron a la romería. Como era de esperar los visitantes entramos en el local con el ánimo de impregnarnos de esa atmósfera peculiar, del espíritu de La colmena, del eco de los poetas hambrientos y, porqué no, también de los opulentos. Quizás fuera por nuestra completa predisposición pero la experiencia no nos defraudó. Una señora mayor, emperifollada y decadente, se sentó al lado de nuestra mesa. Resultaba imposible saber si pertenecía al atrezzo del Café o era toda una reminiscencia del pasado pero lo cierto es que era aquello que uno espera encontrar en un ambiente como este. En tanto que sujetos pertenecientes a una economía ultraperiférica no nos permitimos otra cosa que pedir unos cafés y unos cortados. Pero está claro que en el Gijón el café tiene otro sabor.
Pues bien, parece que el Café Gijón está ahora en trance de desaparición. Desconozco los detalles pero me imagino que debe ser una víctima más del avance destructor de esta estafa en forma de crisis. Supongo también que es, en parte, consecuencia de que la cosa mitómano-literaria está por los suelos. En este mundo al revés los nuevos templos a los que acuden las masas son aquellos en los que un balón sintético es el objeto de disputa, el becerro de oro, de los nuevos semidioses multimillonarios. ¿A quién le puede interesar ya un café con aire vetusto, con camareros a la antigua usanza, con cuadros y metopas literaria como recuerdo de las glorias pasadas?, ¿queda alguien aún al que le parezca una evocación de referencia aquellas historias de cerilleros que prestaban dinero a escritores que no tenían donde caerse muertos?, ¿hay todavía una masa crítica suficiente de extraterrestres a los que le dé por agarrar una servilleta y plasmar unos garabatos en homenaje a los escritores de todos los tiempos y condición tras probar el mismo café de los vates? Para un apocalíptico, nada integrado como el que escribe, este es otro signo más del fin de los tiempos, el canto del cisne de un mundo que echa el cierre y que será sustituido por... NADA. La transmutación de la cultura material a otra virtual está dejando en la cuneta todos los referentes que poblaron el imaginario de muchas generaciones. Admitiendo que el mundo es dinámico y que nada sobrevive más allá de la memoria ¿no es posible algún tipo de consenso por el cual acordemos salvaguardar lo mejor de un mundo que muere? Sic transit gloria mundi.

3 comentarios:

  1. Podría contar tantas historias sobre el café Gijón. Todas las tardes de los miercoles de mi sagrada infancia mi padre me llevaba a merendar. Ufff, aunque dos recuerdos vívidos fueron el día que una señora me hizo una caricatura a los 7 años y el día que cogí un gorrión con la mano en el jardín. Me picó y salió volando, pero aún recuerdo la suavidad de sus plumas... y el picotazo. Bs.

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  2. Ánimo, seguro que abren un cibercafé cerca ;)
    Saludos

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  3. Es así, todo cambia y el devenir nos acecha. No se puede jugar siempre a ser un personaje literario cuando realmente la vida no nos da juego.Los grandes personajes literarios ya pasaron a la Historia. Ahora se puede jugar a otras cosas para creernos algo...adios al café Gijón.

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