lunes, 1 de marzo de 2010

El Impertinente (4) La mayoría silenciosa

A raíz de que a nadie parezca importarle que se atente contra el patrimonio público o que se comentan tantas tropelías por parte de nuestros bienamados políticos (de uno y otro signo) me vino a la cabeza este artículo que públiqué en Tangentes en octubre de 2008.

Hace poco una famosa romería pasaba, como cada año, por un paraje natural protegido. Las crónicas afirmaban que se habían congregado unos cuantos miles de peregrinos en torno a la virgen de turno. Curiosamente, ese paraje se encuentra amenazado por ese mal endémico de nuestra sociedad llamado ‘especulación urbanística’. Leyendo la noticia me preguntaba cuántas de estas personas conocían la amenaza que pesa sobre ese lugar, a cuántos les importaba y cuántos estarían dispuestos a hacer algo, si no por la cuestión medioambiental, al menos por salvaguardar un paraje ligado a su ancestral tradición.
Esta masa de peregrinos, de individuos que asaltan cada día los centros comerciales, que acuden en tropel al último megaespectáculo, que bailan al son que toca, constituyen una ‘mayoría silenciosa’. Pese a que vivimos en el mundo del ruido, de la información constante, llama la atención la indiferencia general respecto a lo que verdaderamente podemos considerar como relevante. La indiferencia deviene en un ‘clamoroso’ silencio. Algunos prefieren el término ‘opinión pública’ pero eso ya supone atribuirle una capacidad valorativa de la que se podría dudar.
Hagamos un rápido ejercicio, aislemos a un típico representante de esta mayoría silenciosa y esbocemos un pequeño retrato. Este individuo suele caracterizarse por:
- Carecer de tiempo. El individuo medio hoy en día está agobiado por múltiples ocupaciones. Tiene que llevar a sus hijos a un sin fin de actividades extraescolares, siempre surge algún familiar enfermo al que cuidar, un trabajo que le absorbe y alguna telenovela de la que no puede prescindir.
- No querer problemas. Tiene una acusada alergia a cualquier tipo de inconveniente, a cualquier cosa que juzgue como un problema o una amenaza por pequeña que sea. Nada debe perturbar la plácida existencia a la que aspira el ciudadano medio.
- Ser inconstante. El individuo en cuestión va y viene como las mareas. Vive a merced de las modas sociales y políticas. Es, como mucho, carne de telemaratón solidario. Siempre a distancia, sin salpicarse, viendo los toros desde la barrera. Quiere soluciones rápidas y si algo requiere un plus de esfuerzo o atención pierde rápidamente el interés.
- Ser apolítico. La mayoría silenciosa detesta la política. La juzga como algo propio de corruptos y meapilas. Reconoce a boca llena, casi con orgullo, no entender de eso y pretende hablar desde el sentido común de lo que le interesa al conjunto de la ciudadanía.
- Tener pavor a significarse. Si hay algo a lo que este sujeto tiene verdadero pánico es a exponerse públicamente. Es un miedo atroz a ser el blanco de críticas o comentarios públicos, a ‘estar en boca de los demás’. Sin embargo, este sujeto practica el deporte de la habladuría, no duda en destripar a quien sale a la palestra, se muestra implacable con los demás. Ejerce de crítico despiadado mientras toma una cerveza en el sofá de su casa. Detrás de este prurito se esconde una tremenda inseguridad, un miedo escénico al ámbito público.
Hecha, grosso modo, esta caracterización del individuo común vemos cómo la suma de todos ellos conforma un ente al que llamamos “la mayoría silenciosa”. Indiscutiblemente constituye una mayoría social y raramente interviene en la cosa pública. Es el universo difuso para el que los políticos afirman trabajar. Su actitud de trágala justifica, en última instancia, numerosas políticas que atentan contra el bien común.
Cada cuatro años la mayoría silenciosa es consultada y entonces se armó la marimorena. La grey política entra en un estado de verdadera excitación y entonces el individuo común se toma su justa revancha. Surgen las rebajas políticas, los que ayer eran arrogantes se tornan ahora en corderitos, lo que no se hizo se convierte en una nueva promesa. Todo ello mientras, de nuevo, la mayoría silenciosa se apresta a depositar su voto en la urna. ¡Ay, querido politiquillo del tres al cuarto, no te confíes: quien hoy te adula mañana te traicionará! Así es la mayoría silenciosa.

3 comentarios:

  1. Me ha encantado tu exposición. Esa mayoría silenciosa no puede ser la tempestad consecuencia de las tormentas sembradas durante tantos años de dictadura. Hace demasiado tiempo, ¿será que mataron a los que pensaban y tan solo se replicaron los que permanecieron en silencio y acataron? Es una idea, maligna por supuesto. Un abrazo.

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  2. Damián, tengo abandonado el mundo bloguero pero espero regresar y leerte con calma, que siempre mereces mucho la pena. Un beso y a ver si hablas con fernando y ponen día y hora para vernos. besos

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  3. Tomo nota, AEB. ¡La blogsfera te echaba de menos!

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