sábado, 22 de agosto de 2009

El Catalejo (4) Memorias de un beduino

Uno de mis objetivos educativos es luchar contra la apatía y la desafección social. Insisto mucho en eso de que somos seres políticos, que no debemos renunciar a intervenir en nuestro entorno y que la condición de ciudadanos es una conquista que debemos defender. Bueno, algo muy parecido supongo a la tarea diaria de tantos profesores. El caso es que a veces uno experimenta un cierto desconcierto cuando te toman por la palabra. Tengo un antiguo alumno, un chico de apenas treinta años, que decidió emprender el camino del ejercicio de la política, o para decirlo con mayor precisión, de la política de partido. Eso está bien. Pero lo que me resulta llamativo del caso es que este chico parece haberse empapado del manual del perfecto político. Quizás tendré que hablar un poco más en el futuro de la necesidad de romper moldes o acercarse a un ideal de mayor autenticidad, cosas tan relacionadas, por otra parte, con la condición joven. Mi antiguo alumno ya detenta un cargo. Usa chaqueta y corbata, saluda a diestro y siniestro y se esfuerza por resultar cercano y preocupado con su interlocutor. Asiste circunspecto a procesiones y a cuantos eventos aseguren la presencia de un fotógrafo. Habla con frases hechas y de la manera más ambigua posible que no suponga compromiso alguno. Tiene un gran futuro por delante.
Me ha venido este caso a la mente después de leerme las “Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados” de José Antonio Labordeta (Ediciones B, 2009). Hay que ver cómo he disfrutado. Sin entrar en temas de índole ideológica estamos ante un político excepcional. Para empezar es una rara avís quien dice lo que piensa, el que no está atenazado por la corrección dialéctica y el que se confiesa como un lego en el mundo de la “alta política”. Su sentido del humor, su perspectiva de hombre con una larga e intensa vida, hacen de este libro una pieza ineludible para los aficionados al género. Labordeta parece la personificación del ideal platónico. Llega al desempeño de un cargo público al final de una larga vida de lucha política y social. No busca notoriedad pública (evidentemente no la necesita) ni le mueven oscuros intereses. Es el resultado de un compromiso “con unas gentes y con un paisaje”, tal y como afirma textualmente. Y como no tiene ningún escalón más que subir, como se sabe ajeno al reparto de ministerios y direcciones generales, como sabe que tan pronto como se entra se sale, puede permitirse el lujo de ser José Antonio Labordeta: el cantautor, el profesor, metido a diputado. ¡Qué soplo de aire fresco el que nos dio un septuagenario!
No sé si mi antiguo alumno leerá este libro. No sé si en materia de formación política se ha ocupado de algo que vaya más allá de los informes y recomendaciones de telegenia del partido. Es probable que las obligaciones de un joven político, de un cachorro del partido con tan grandes expectativas, lo tenga bastante entretenido.

1 comentario:

  1. !Que grande Labordeta!,¿a alguien puede caerle mal este hombre?
    Otro libro más a añadir a mi lista de imprescindibles, :)

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