Mi último artículo en Tangentes trata, por razones de calendario, sobre esta educación que nos quita, por lo menos a algunos, el sueño.
Ahora que comienza de nuevo el curso escolar podremos seguir asistiendo al progresivo abandono de la educación pública. Sumaremos un capítulo más ante el desinterés general. Habrá nuevas deserciones y desandaremos un poco más el camino. El grado de invisibilidad del mundo educativo, de sus problemas y demandas, de sus logros y aspiraciones, ha llegado a cotas alarmantes. Pero ¿es que queda alguien por ahí?
Las clases altas hace tiempo que mantienen a sus hijos en una burbuja educativa, alejada de toda inconveniencia y contaminación, atrincherados en los muy escasos y exclusivos colegios privados. Las élites son las élites, aquí y en Pekín. Las clases medias (permítaseme utilizar esta terminología clásica) han querido seguir en los últimos años el mismo camino. Vaya por delante mi respeto hacia las libres decisiones del personal, pero la idea de que gastarse un dineral en la educación de los vástagos o meterlos en un centro concertado (gratuito pero menos) es un signo de preocupación y distinción social, que garantiza una mejor educación, parece haber calado hondo con los efectos que eso tiene. El principal de ellos es que paralelamente la educación pública termina por quedar relegada a una función meramente asistencial, destinada sobre todo, a las clases humildes y carentes de recursos. Aun siendo esta función noble y necesaria, esto acaba con el sueño afrancesado de una educación igualitaria y universal, basada en la igualdad de oportunidades, en la superación de las limitaciones de partida y cuyo principal objetivo era la construcción de una ciudadanía democrática. Ahora, con esto de la crisis, parece que hay un cierto retorno a la escuela pública, un retorno forzado y a regañadientes, pero el daño ya está hecho. Bonito sueño que hemos dejado en el cajón, como tantos otros.
Una vez resuelto dónde dejar a mi niño, con sus permanencias y actividades por las tardes, con sus muchas tareas y actividades para que esté convenientemente entretenido, al resto que le den. No es de extrañar, por tanto, que la educación ocupe un puesto significativamente bajo entre las preocupaciones de los canarios, tal y como reflejan las encuestas. ¿Es que tenemos un sistema educativo a la finlandesa con el que podemos sentirnos tranquilos? No parece. Hace poco un titular de prensa mostraba que casi un tercio del alumnado canario no conseguía obtener el título de educación secundaria. ¿Alguien se ha parado a valorar adecuadamente este dato? Que cada año uno de cada tres alumnos canarios no tenga una titulación educativa mínima, sumado al montante histórico acumulado de personas con baja o ninguna titulación, proporciona un retrato cuando menos desalentador de estas islas. ¿Dónde está el clamor popular? ¿Alguien exige responsabilidades? Claro que la liga de fútbol comienza pronto y al final el niño ya encontrará un enchufillo donde trabajar. Siempre está el taller o la peluquería de la familia para salir del paso, sobre todo ahora que la construcción ya no da para más.
La educación se ha vuelto invisible. Es un tránsito más por el que hay que pasar, como la primera comunión o la primera nintendo. De ella sólo esperamos que no nos dé problemas y nos los resuelva todos. Pasar por el centro o participar en la vida del mismo ocupa probablemente el último lugar en la lista de prioridades. Al contrario, si no me llaman es que todo va bien. Conocer el proyecto educativo del centro, integrar una asociación de padres y madres o aportar alguna iniciativa de mejora es como pedirles a los ya de por sí angustiados padres que además tienen que escalar el K2 ¿Qué hay conflictos en el mundo educativo? Bueno, eso es cosa de ellos. Yo también tengo los míos. El problema es que la educación es algo demasiado importante como para dejarlo en manos únicamente de los políticos, más preocupados por la foto de hoy que por los logros del mañana. Una ciudadanía sin un nivel educativo adecuado presupone una sociedad inviable, una sociedad sin futuro. Y en esas estamos.
Las clases altas hace tiempo que mantienen a sus hijos en una burbuja educativa, alejada de toda inconveniencia y contaminación, atrincherados en los muy escasos y exclusivos colegios privados. Las élites son las élites, aquí y en Pekín. Las clases medias (permítaseme utilizar esta terminología clásica) han querido seguir en los últimos años el mismo camino. Vaya por delante mi respeto hacia las libres decisiones del personal, pero la idea de que gastarse un dineral en la educación de los vástagos o meterlos en un centro concertado (gratuito pero menos) es un signo de preocupación y distinción social, que garantiza una mejor educación, parece haber calado hondo con los efectos que eso tiene. El principal de ellos es que paralelamente la educación pública termina por quedar relegada a una función meramente asistencial, destinada sobre todo, a las clases humildes y carentes de recursos. Aun siendo esta función noble y necesaria, esto acaba con el sueño afrancesado de una educación igualitaria y universal, basada en la igualdad de oportunidades, en la superación de las limitaciones de partida y cuyo principal objetivo era la construcción de una ciudadanía democrática. Ahora, con esto de la crisis, parece que hay un cierto retorno a la escuela pública, un retorno forzado y a regañadientes, pero el daño ya está hecho. Bonito sueño que hemos dejado en el cajón, como tantos otros.
Una vez resuelto dónde dejar a mi niño, con sus permanencias y actividades por las tardes, con sus muchas tareas y actividades para que esté convenientemente entretenido, al resto que le den. No es de extrañar, por tanto, que la educación ocupe un puesto significativamente bajo entre las preocupaciones de los canarios, tal y como reflejan las encuestas. ¿Es que tenemos un sistema educativo a la finlandesa con el que podemos sentirnos tranquilos? No parece. Hace poco un titular de prensa mostraba que casi un tercio del alumnado canario no conseguía obtener el título de educación secundaria. ¿Alguien se ha parado a valorar adecuadamente este dato? Que cada año uno de cada tres alumnos canarios no tenga una titulación educativa mínima, sumado al montante histórico acumulado de personas con baja o ninguna titulación, proporciona un retrato cuando menos desalentador de estas islas. ¿Dónde está el clamor popular? ¿Alguien exige responsabilidades? Claro que la liga de fútbol comienza pronto y al final el niño ya encontrará un enchufillo donde trabajar. Siempre está el taller o la peluquería de la familia para salir del paso, sobre todo ahora que la construcción ya no da para más.
La educación se ha vuelto invisible. Es un tránsito más por el que hay que pasar, como la primera comunión o la primera nintendo. De ella sólo esperamos que no nos dé problemas y nos los resuelva todos. Pasar por el centro o participar en la vida del mismo ocupa probablemente el último lugar en la lista de prioridades. Al contrario, si no me llaman es que todo va bien. Conocer el proyecto educativo del centro, integrar una asociación de padres y madres o aportar alguna iniciativa de mejora es como pedirles a los ya de por sí angustiados padres que además tienen que escalar el K2 ¿Qué hay conflictos en el mundo educativo? Bueno, eso es cosa de ellos. Yo también tengo los míos. El problema es que la educación es algo demasiado importante como para dejarlo en manos únicamente de los políticos, más preocupados por la foto de hoy que por los logros del mañana. Una ciudadanía sin un nivel educativo adecuado presupone una sociedad inviable, una sociedad sin futuro. Y en esas estamos.
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