Acabo de terminar “Un pacto de amor” de Anna Ferrer (Espasa, 2009), las memorias de la esposa del recientemente fallecido Vicente Ferrer. Aunque era un libro que Anna Ferrer venía escribiendo desde hacía tiempo, quizás acuciada por la larga enfermedad de su marido, su publicación coincidió prácticamente con la desaparición de este campeón de la solidaridad. Anna Perry, una joven inglesa emprende junto a su hermano en 1963 un viaje alrededor del mundo. Una de esas aventuras iniciáticas que tanto gustan a los europeos. El largo periplo termina en La India, donde Anna tiene que buscar trabajo durante una temporada. Su trabajo en una revista local le lleva a entrevistar a un polémico misionero español que estaba siendo acosado por las autoridades indias. Es en ese momento cuando sus vidas se entrecruzan y ya no vuelven a separarse. El libro es al mismo tiempo el relato de un pacto de amor y del desarrollo de los distintos proyectos y de la Fundación que es hoy en día un referente mundial de la cooperación. El libro refleja la extraordinaria personalidad de Vicente Ferrer. Sólo una persona entregada a la causa de los más desfavorecidos puede ser capaz de crear una obra tan ingente y no sin sortear tremendas dificultades. Su muerte también arrancó algunas críticas. Había quien quería ver un culto a la personalidad, una nueva forma de colonialismo o de endiosamiento en la reacción de las multitudes que se acercaban a despedir los restos de Vicente. Quizás nuestro problema es que, como decía Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento”. Las palabras nos atan. En cualquier caso, uno no puede sentir una cierta sensación de empequeñecimiento frente a la obra de personas como Vicente Ferrer.
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