¡Una obra de arte! No se me ocurre otro calificativo para “Ágora”, la última película de Alejandro Amenábar. Este hombre-prodigio nos ha legado otra obra para la posteridad. El profesorado de Filosofía, Matemáticas o Cultura Clásica, los amantes de la Historia de la Ciencia, de la Astronomía, los estudiosos del papel histórico de la mujer, los cinéfilos en general, tenemos una deuda con este creador. Sobre todo porque reconstruye con un guión magnífico y con imágenes de gran belleza e impacto una época histórica fundamental, huérfana hasta ahora de referencias de esta clase. Pienso que esta película está llamada a desempeñar el mismo papel que “El nombre de la Rosa”, de Jean-Jacques Annaud, con la ventaja añadida de los recursos técnicos de nuestro tiempo.
Se trata de una obra redonda, tan perfecta como la circularidad que obsesiona a Hipatia, a la que no le sobra nada. Las licencias cinematográficas están plenamente justificadas desde la lógica interna de la película. Se sabe, por ejemplo, que Hipatia murió a una edad mucho más avanzada que la que narra la película o que su intuición sobre la órbita elíptica de los planetas y sus inclinaciones heliocéntricas no están en absoluto documentadas, aunque abordara una revisión crítica de la Astronomía de Claudio Ptolomeo. Hay que tener en cuenta que no se conserva ninguna de sus obras y que los comentaristas posteriores no se ponen de acuerdo en muchos aspectos. Ya habrá quien se dedique a un estudio minucioso sobre su rigurosidad histórica o falta de ella pero el resultado final sitúa a la película por encima de estas disquisiciones.
La elección misma del tema refleja una gran altura de miras. En cierto sentido, la destrucción definitiva de la biblioteca de Alejandría y la muerte de Hipatia simbolizan el final del Mundo Antiguo y el comienzo de la oscura Edad Media. Esta fue una tragedia cultural sin paliativos puesto que un enorme legado acumulado durante siglos se perdió irremisiblemente.
La sensibilidad extraordinaria de Alejandro Amenábar queda acreditada a lo largo de toda la película, pero si hay un momento fundamental en este sentido es a la hora de abordar la horrorosa muerte de Hipatia, salvajemente torturada antes de morir. Amenábar la transforma en una escena bellísima y a la par plena de dramatismo, evitando en todo momento el fácil recurso al morbo.
Hay también en Amenábar un plano ético que me parece muy interesante. Ya se vio claramente en “Mar adentro”. De nuevo este joven director explicita una serie de valores donde prima un claro humanismo (que podríamos calificar de “ilustrado”) frente al dogmatismo intolerante y cerril. Es, por tanto, un autor que no tiene miedo a tomar postura y dejar claras sus apuestas personales. Cosa que es de agradecer frente a tanto producto “políticamente correcto” y descafeinado.
Como muy bien Amenábar se ha ocupado de señalar, no es una película contra el cristianismo, sino contra el fanatismo del signo que sea. Los parabolanos muy bien podrían ser los talibanes de nuestro tiempo. Lo cual deja claro que el fanatismo es un mal que corroe, en un momento dado, a todas las grandes religiones en su intrínseca tendencia a considerarse únicas depositarias de la verdad suprema en lucha a muerte contra las otras. Quizás a muchos católicos les falta asumir que su práctica religiosa es el resultado de las luchas intestinas en el seno del cristianismo durante la Edad Media y en la que siempre primaron cuestiones de poder político y económico antes que teológicos. Amenábar pone el dedo en la llaga y, como era de esperar, ya están, por lo visto, los “lobbys” ultra afinando los cuchillos contra la película, a la que acusan de maniquea y manipuladora. En fin…
La película está llena de símbolos y metáforas desbordantes: las constantes referencias astronómicas, la pequeñez de la tierra y el ser humano frente a los misterios del universo, el fanatismo integrista como fuente de todos los males, la transformación de la biblioteca real en un establo... En este punto no pude por menos que acordarme de aquellas palabras del poeta alemán Heine: “quien empieza por quemar libros termina quemando personas”. “Ágora” es una contribución más a la lucha de unos pocos contra la sinrazón que atraviesa la historia de la humanidad. Por cierto, creo que muchos, en el futuro, no podremos dejar de pensar en Hipatia sin ponerle el rostro de Rachel Weisz. Sencillamente perfecta.
Se trata de una obra redonda, tan perfecta como la circularidad que obsesiona a Hipatia, a la que no le sobra nada. Las licencias cinematográficas están plenamente justificadas desde la lógica interna de la película. Se sabe, por ejemplo, que Hipatia murió a una edad mucho más avanzada que la que narra la película o que su intuición sobre la órbita elíptica de los planetas y sus inclinaciones heliocéntricas no están en absoluto documentadas, aunque abordara una revisión crítica de la Astronomía de Claudio Ptolomeo. Hay que tener en cuenta que no se conserva ninguna de sus obras y que los comentaristas posteriores no se ponen de acuerdo en muchos aspectos. Ya habrá quien se dedique a un estudio minucioso sobre su rigurosidad histórica o falta de ella pero el resultado final sitúa a la película por encima de estas disquisiciones.
La elección misma del tema refleja una gran altura de miras. En cierto sentido, la destrucción definitiva de la biblioteca de Alejandría y la muerte de Hipatia simbolizan el final del Mundo Antiguo y el comienzo de la oscura Edad Media. Esta fue una tragedia cultural sin paliativos puesto que un enorme legado acumulado durante siglos se perdió irremisiblemente.
La sensibilidad extraordinaria de Alejandro Amenábar queda acreditada a lo largo de toda la película, pero si hay un momento fundamental en este sentido es a la hora de abordar la horrorosa muerte de Hipatia, salvajemente torturada antes de morir. Amenábar la transforma en una escena bellísima y a la par plena de dramatismo, evitando en todo momento el fácil recurso al morbo.
Hay también en Amenábar un plano ético que me parece muy interesante. Ya se vio claramente en “Mar adentro”. De nuevo este joven director explicita una serie de valores donde prima un claro humanismo (que podríamos calificar de “ilustrado”) frente al dogmatismo intolerante y cerril. Es, por tanto, un autor que no tiene miedo a tomar postura y dejar claras sus apuestas personales. Cosa que es de agradecer frente a tanto producto “políticamente correcto” y descafeinado.
Como muy bien Amenábar se ha ocupado de señalar, no es una película contra el cristianismo, sino contra el fanatismo del signo que sea. Los parabolanos muy bien podrían ser los talibanes de nuestro tiempo. Lo cual deja claro que el fanatismo es un mal que corroe, en un momento dado, a todas las grandes religiones en su intrínseca tendencia a considerarse únicas depositarias de la verdad suprema en lucha a muerte contra las otras. Quizás a muchos católicos les falta asumir que su práctica religiosa es el resultado de las luchas intestinas en el seno del cristianismo durante la Edad Media y en la que siempre primaron cuestiones de poder político y económico antes que teológicos. Amenábar pone el dedo en la llaga y, como era de esperar, ya están, por lo visto, los “lobbys” ultra afinando los cuchillos contra la película, a la que acusan de maniquea y manipuladora. En fin…
La película está llena de símbolos y metáforas desbordantes: las constantes referencias astronómicas, la pequeñez de la tierra y el ser humano frente a los misterios del universo, el fanatismo integrista como fuente de todos los males, la transformación de la biblioteca real en un establo... En este punto no pude por menos que acordarme de aquellas palabras del poeta alemán Heine: “quien empieza por quemar libros termina quemando personas”. “Ágora” es una contribución más a la lucha de unos pocos contra la sinrazón que atraviesa la historia de la humanidad. Por cierto, creo que muchos, en el futuro, no podremos dejar de pensar en Hipatia sin ponerle el rostro de Rachel Weisz. Sencillamente perfecta.
Hola, Eugenio, acabo de leer tu comentario y definitivamente me ha convencido para verla. Yo trabajo en un cine, de portera-acomodadora, y he visto el final, que me ha parecido precioso. Algunos me han hablado un poco mal de ella, dicen que tiene fallos, supongo que se refieren a históricos. Puede que vaya esta noche a verla, ya te contaré que me ha parecido,intuyo que me va a gustar. Un saludo desde Alicante.
ResponderEliminarHola, Rollgardina. Te estaba echando de menos últimamente. Siempre hay algún puntilloso que quiera señalar este o aquel desliz. Pero una película con un trasfondo histórico es algo más que un documental de "Canal Historia".Por cierto, mi padre también fue taquillero, portero y acomodador de los cines del Puerto de la Cruz (Tenerife) durante 20 años. Así que durante todos esos años disfruté de innumerables sesiones de cine gratis. Claro que aquellos cines de pueblo tenían un aire diferente a los multicines actuales. En fin... Saludos. Espero tu comentario una vez que la hayas visto.
ResponderEliminarHola ¿Damián? ¿Eugenio?,
ResponderEliminarPor fin vi Agora,y me gustó bastante, lo pasé mal durante toda la película, eso sí.
Me pareció muy interesante como caracteriza a Hipatia, como profesora-filósofa, absorta en su mundo de preguntas sin respuesta y sus intentos por responder, que no puede amar a ningún hombre-mujer, porque su verdadero amor es la filosofía. También me gustó mucho como describe la relación entre esta y su esclavo cristiano,y la evolución que sufre este personaje,y su acto de amor final.
Y sí, estoy de acuerdo contigo, Rachel está perfecta, y la sinrazón y el fanatismo son ese lastre que arrastramos desde el inicio de los tiempos, que pena que la historia se repita y no aprendamos de ella.
Me alegra que coincidamos. La actitud de Hipatia es una caracterización clara del amor platónico, esto es, del amor racional. Por cierto, solo Dámián.
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