Considero, humildemente, a Lucian Freud uno de los pintores vivos más interesantes. Cualquier vistazo a su producción pictórica no deja indiferente al espectador. Nieto del gran Sigmund Freud, Lucian está dotado, como buen artista, de una personalidad arrebatadora que se traslada inevitablemente a sus cuadros. Su encaje no es fácil, como casi todo el arte actual, pero algunos lo sitúan en la órbita del realismo. Una vez más comprobamos cómo el género artístico se vuelve muy limitado a la hora de aprehender los hechos. El realismo de Freud es, en todo caso, tan personal que trasciende esta clasificación. Sus retratos (la mayoría desnudos) que tanta fama le han dado son una muestra de una visión única de las cosas. A diferencias de otros realistas (me viene a la mente como caso canónigo el de Antonio López) no está preocupado por captar el matiz último de las cosas, no es un espejo en el que se refleja el objeto; al contrario, su mirada filtra de tal modo lo que capta que lo que termina por reflejar en sus lienzos es una elaboración intensamente psicológica de la realidad. Hay, además, en este pintor inglés de adopción una voluntad provocadora y transgresora. Sus modelos, sus poses, sus actitudes impactan en el espectador y tienen la virtud de sacudirnos un auténtico mazazo. En su lienzo “Rose” (1978) retrata a una de sus hijas ya mayor completamente desnuda y tumbada en un sillón. Frente al enorme escándalo social que se produjo Freud respondió que él sólo era un pintor y que el problema en todo caso era del público. Y, desde luego, hay que mirar la obra de este artista con otros ojos. En “Durmiendo bajo un tapiz con dos leones” (1996) retrata a una mujer desnuda con obesidad mórbida. El resultado es un cuadro impactante y a la vez cargado de humanidad. Una de sus obras más célebres, “Retrato de su majestad la reina Isabel II” (2000), que reproducimos en esta entrada, supone una auténtica innovación en el género. No sabemos si fue del gusto de su graciosa majestad, quizás acostumbrada a un estilo más victoriano, pero, desde luego, cuando se puso delante de su pincel sabía a lo que se exponía. Ole por la reina.
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