Está últimamente de moda hacer gala de la cosa optimista. La
influencia de esa plaga de la industria de la autoayuda tiene gran parte de
culpa. No me remito, para no ahondar en esto, sino al maravilloso ensayo de
Barbara Ehrenreich, “Sonríe o muere (la trampa del pensamiento positivo)”
(Turner 2011), donde queda bien claro cómo esta tontuna del véalo todo del
color de rosa no es otra cosa que una de las mil formas de sacarnos el dinero. Pues
bien, después de una conversación de sobremesa en la que a uno le dio por la estúpida
idea de hacer un somero repaso a la infinidad de cosas que nuestra especie
humana ha hecho rematadamente mal (con el permiso de Mahler, el oporto y el
atún en salsa de mi hermano) uno de los comensales terminó confesando que se
hallaba con tal grado de pesimismo que no le quedaban ganas de salir de casa.
Lamenté profundamente que esa fuera la sensación que le hubiera dejado el
análisis de la situación. Si yo tuviera el más mínimo motivo para ser optimista
con la que está cayendo entonces sí que no saldría de casa. Me tumbaría cómodamente
en el sillón a verlas venir. Pero como todo está rematadamente mal y no hay muchas esperanzas de que deje de
estarlo el cuerpo me pide todo lo contrario. Es lo que yo llamo (con permiso de
algún que otro posible y desconocido padre del concepto) “pesimismo combatiente”.
Me contaron en una ocasión el caso de un mexicano que se encontraba con un
cáncer en un estado terminal. Ya en una fase avanzada de su enfermedad acudió a
una ferretería a pedir unos botes de pintura blanca para darle un repaso a las
paredes de su casa. El ferretero asombrado se atrevió a preguntarle para qué
hacía ese esfuerzo y el tipo, con su voz de charro, le respondió – ¡sé que me
voy a morir pero que esa hija de puta me encuentre peleando! Seguramente, uno
no sería capaz de llegar a ese extremo pero en cierto sentido deberíamos
aplicarnos en no ponerles las cosas tan fáciles a quienes nos han llevado a
esta suerte de estado terminal. Me recortarás mis derechos, te quedarás con mi
sueldo, pisotearás mi libertad de expresión, harás ostentación de tu riqueza a
costa de la pobreza de los demás, quizás te salgas con la tuya, como pensaría
cualquier pesimista mínimamente serio, pero, al menos, no te saldrá gratis, compañero.
Me gusta el artículo. Es muy interesante el pesimismo combatiente. No obstante, creo que la dicotomía pesimismo-optimismo no es válida para explicar y cambiar nuestra sociedad. Aunque es muy útil en la vida diaria (el caso mexicano), personalmente apuesto por el termino medio de aristóteles.
ResponderEliminarHumor- Los pesimistas (Enrique san francisco)
http://www.youtube.com/watch?v=5OpCJAOroAs