Hace unas semanas hacía cola
pacientemente en la caja de un supermercado. Un profesor que esperaba su turno
detrás de mí aprovechó para comentar su mosqueo con las últimas medidas de
recortes del gobierno con el funcionariado. La señora que justo delante de
nosotros abonaba su compra se volvió airada y nos dijo:
-
¡No sé de qué se quejan!, ¡al menos ustedes
tienen trabajo! Mi hija lleva un año en
el paro y ha tenido que venirse a vivir conmigo, ¡no les da vergüenza!
Resultó inútil intentar
explicarle a esta señora que se equivocaba en los destinatarios de su más que
justificada ira, que el funcionariado somos también víctimas de esa política
económica que ha llevado a su hija a esa situación, que nuestro puesto de
trabajo no nos lo ha regalado nadie y que… en fin… La señora se mandó a mudar
con un cabreo mayor con el que seguramente se había levantado. Sin ser
consciente de ello, esta señora repetía justamente el tipo de argumento que a
nuestro gobierno ultraliberal le conviene que la gente crea, un argumento que
no arregla nada y que lo justifica todo. Como hay millones de parados tenemos
que hacer recaer todo el peso de la crisis en el resto de trabajadores (mejor
si son empleados públicos que, como todo el mundo sabe, son unos
parásitos). Pero esas medidas no van a
crear más empleo ni están pensadas para llevarnos hacia un mundo más justo. Son
medidas que tienen como único fin desmantelar un modelo social que al Gran Capital
no le conviene en absoluto. Decía el viejo Marx que el capitalismo necesita de
un “Ejército industrial de reserva”. En
su cosa decimonónica Marx identificaba al obrero con el trabajador de las
incipientes y lóbregas industrias. La cantidad ingente de obreros que aspiraban a un puesto de trabajo en aquellas fábricas infectas o que bien eran despedidos o desahuciados sin contemplaciones constituían ese "ejército" del que hablaba Marx. Hoy diríamos, simplemente, una “masa de
parados”. Cuando hay tal números de personas desempleadas el “valor” del aspirante
a un empleo es prácticamente nulo. Todo lo contrario si hubiera una situación
próxima a lo que antes se llamaba “pleno empleo” donde el trabajador estaría en
condiciones de dictar sus condiciones al empresario (¡lo que faltaba!). Solo en
una situación como esta pueden tomarse las medidas que se están tomando pero,
¡ahí está la trampa! No para, repito, crear empleo si no para acabar con toda
una retahíla de conquistas laborales, fruto
de décadas de luchas. Este capitalismo financiero, alérgico al común de las
personas, es incompatible con cualquier cortapisa, sobre todo si esta tiene
forma de derechos sociales y laborales, de servicios públicos de calidad, de
injerencia en el modo de vida de las élites enriquecidas. Así que la única
salida es la unidad de la ciudadanía, trabajadora o parada, de aquella que paga
sus impuestos, que tiene dificultades para llegar a final de mes o,
lamentablemente, no ingresa un céntimo, la que cada día se levanta indignada o
con la incertidumbre de qué va a pasar con ella al día siguiente. Esto es, la mayor parte de la gente de este bendito país. ¡Cómo
cambiarían las cosas si tomáramos conciencia de que somos más y que a los
bancos alemanes les importa un carajo la suerte de la pobre hija de la señora
del supermercado!
No cabe duda, en fin para qué abundar, la ignorancia es grande y a algunos les conviene aumentarla. Bss.
ResponderEliminarOye y que den gracias que todavía la señora puede pisar el supermercado, o que dicho lugar existe.