En una ocasión acudí invitado a un acto en el que un cargo político se reunía con representantes de pequeñas asociaciones y colectivos de carácter social. En dicho acto se presentaba un programa de actuaciones en ese terreno. Todos esos colectivos se beneficiaban de los medios materiales que la administración de turno ponía a su disposición. En el transcurso del evento el político en cuestión, con un aire bastante paternalista, por otra parte, les animaba en una cosas y les recriminaba en otras. Los asistentes, muy solícitos, aprovechaban para explicitar sus múltiples necesidades. Al final, canapé para todos y foto para la prensa. Salí del acto con sentimientos encontrados. Es cierto que muchos de estos colectivos rezumaban espíritu de servicio y voluntarismo a raudales, y que su pequeño tamaño y falta de medios les planteaba todo un rosario de limitaciones. Pero eché en falta un poco más de actitud crítica, de análisis del ámbito en el que se movían y, sobre todo, de ganas de reafirmar su autonomía.
Y empiezo por la autonomía porque se supone que ese era el espíritu que animó desde el principio el movimiento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). En sus orígenes surgieron como una manera que un sector de la ciudadanía, consciente y sensibilizada, tenía de ir más allá de la acción de los Estados. La actuación al margen de los gobiernos, de los intereses políticos y las componendas económicas, supusieron una auténtica revolución social en su momento. La actitud de esas personas que asistían al acto en cuestión, sin embargo, podría haber abonado la crítica que, desde el principio, se hizo desde ciertos sectores a las ONG: la de ser en realidad la coartada del neoliberalismo para desentenderse de la cuestión social y de la lucha por erradicar las injusticias del mundo, una extensión de bajo coste que compensara la desarticulación del Estado del Bienestar.
Sinceramente, no creo que en términos generales esto sea así. El mundo de las ONG es un entramado complejo donde, como en todo, hay que saber distinguir el grano de la paja. Cuando las ONG actúan verdaderamente desde la independencia y desde una lectura real de la problemática en la que se mueven pueden ser un factor de transformación nada desdeñable. Pondré sólo dos casos de entre muchos posibles. Tanto Greenpeace como Amnistía Internacional han hecho de la independencia de los gobierno su principal rasgo distintivo hasta el punto de llegar a convertirse en auténticas “moscas cojoneras” de presidentes de gobiernos y de capitostes de muchas corporaciones. Las acciones espectaculares de Greenpeace en defensa del medioambiente han sacado los colores a muchos países y empresas. Los informes anuales de Amnistía Internacional sobre el estado de los Derechos Humanos en el mundo son esperados con una enorme expectación y causan bastante revuelo. Sus avales son los miles de socios en todo el mundo que sostienen a estas organizaciones y que garantizan su completa autonomía.
Un campo que ha experimentado un enorme crecimiento es el sector de la cooperación al desarrollo. Muchas ONG que trabajaban en los países empobrecidos pasaron inicialmente de una actitud paternalista e, incluso, neocolonial, a trabajar en base a las necesidades reales de estos países y con enorme respeto a su identidad cultural. Estas ONG no pueden, desde luego, superar los múltiples condicionamientos históricos y estructurales que condenan a la ciudadanía de estos países a la pobreza y, lo que es peor, a la desesperanza. Pero sí han contribuido a paliar la situación de muchísimas personas, lo que justifica su propia existencia. En estos casos la motivación de partida no suele ser lo más importante. Da igual que la ONG actúe por “mandato divino” o que esté formada por antiguos sesentayochistas, pero sí importan los métodos y los objetivos.
Es obvio que se está moviendo mucho dinero en este sector en forma de subvenciones de todo tipo. El olor del dinero moviliza siempre a aves rapaces que no tienen empacho ni escrúpulos en hacer negocio con estas cosas. Recientes escándalos económicos en este sentido han causado en mucha gente una sensación de que también aquí se ha instalado una suerte de corrupción a la par que surgen historias sobre ayudas que no llegan a su lugar de destino o que pasan invariablemente a engrosar los bolsillos de los corruptos dirigentes locales. Pese a que estas cosas pasan lo cierto es que la gran mayoría de las ONG son un modelo de corrección y que gran parte de las acciones que se ponen en marcha suelen tener una repercusión positiva.
Indudablemente este es un mundo cada vez más sofisticado. Los que se dedican a la cooperación internacional, a la cooperación al desarrollo, necesitan de una serie de conocimientos y una formación que los hacen ser algo así como auténticos pilotos de fórmula uno. Incluso para ejercer como voluntario en una asociación de ámbito local se requiere de una serie de destrezas que hacen de esta persona algo muy alejado de aquel tópico del recaudador del domunt. No faltan voces que alertan contra una excesiva profesionalización del cooperante y de que el voluntario podría estar suplantando un posible puesto de trabajo. Habría que reflexionar en profundidad sobre esto. Además, es cierto que algunas administraciones están abusando de la estrategia de dejar en manos de ONG, mediante los oportunos concursos, la atención a sectores que no son demasiado rentables políticamente (me viene a la cabeza, por ejemplo, la atención a los menores inmigrantes) con resultados un tanto dudosos.
En definitiva, el mundo de las ONG constituye un fenómeno imparable en el que nos podemos encontrar de todo. Tan rico y complejo como la misma condición humana. Capaz de lo más sublime y, en algunos casos, (los menos) de lo más abyecto.
Y empiezo por la autonomía porque se supone que ese era el espíritu que animó desde el principio el movimiento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). En sus orígenes surgieron como una manera que un sector de la ciudadanía, consciente y sensibilizada, tenía de ir más allá de la acción de los Estados. La actuación al margen de los gobiernos, de los intereses políticos y las componendas económicas, supusieron una auténtica revolución social en su momento. La actitud de esas personas que asistían al acto en cuestión, sin embargo, podría haber abonado la crítica que, desde el principio, se hizo desde ciertos sectores a las ONG: la de ser en realidad la coartada del neoliberalismo para desentenderse de la cuestión social y de la lucha por erradicar las injusticias del mundo, una extensión de bajo coste que compensara la desarticulación del Estado del Bienestar.
Sinceramente, no creo que en términos generales esto sea así. El mundo de las ONG es un entramado complejo donde, como en todo, hay que saber distinguir el grano de la paja. Cuando las ONG actúan verdaderamente desde la independencia y desde una lectura real de la problemática en la que se mueven pueden ser un factor de transformación nada desdeñable. Pondré sólo dos casos de entre muchos posibles. Tanto Greenpeace como Amnistía Internacional han hecho de la independencia de los gobierno su principal rasgo distintivo hasta el punto de llegar a convertirse en auténticas “moscas cojoneras” de presidentes de gobiernos y de capitostes de muchas corporaciones. Las acciones espectaculares de Greenpeace en defensa del medioambiente han sacado los colores a muchos países y empresas. Los informes anuales de Amnistía Internacional sobre el estado de los Derechos Humanos en el mundo son esperados con una enorme expectación y causan bastante revuelo. Sus avales son los miles de socios en todo el mundo que sostienen a estas organizaciones y que garantizan su completa autonomía.
Un campo que ha experimentado un enorme crecimiento es el sector de la cooperación al desarrollo. Muchas ONG que trabajaban en los países empobrecidos pasaron inicialmente de una actitud paternalista e, incluso, neocolonial, a trabajar en base a las necesidades reales de estos países y con enorme respeto a su identidad cultural. Estas ONG no pueden, desde luego, superar los múltiples condicionamientos históricos y estructurales que condenan a la ciudadanía de estos países a la pobreza y, lo que es peor, a la desesperanza. Pero sí han contribuido a paliar la situación de muchísimas personas, lo que justifica su propia existencia. En estos casos la motivación de partida no suele ser lo más importante. Da igual que la ONG actúe por “mandato divino” o que esté formada por antiguos sesentayochistas, pero sí importan los métodos y los objetivos.
Es obvio que se está moviendo mucho dinero en este sector en forma de subvenciones de todo tipo. El olor del dinero moviliza siempre a aves rapaces que no tienen empacho ni escrúpulos en hacer negocio con estas cosas. Recientes escándalos económicos en este sentido han causado en mucha gente una sensación de que también aquí se ha instalado una suerte de corrupción a la par que surgen historias sobre ayudas que no llegan a su lugar de destino o que pasan invariablemente a engrosar los bolsillos de los corruptos dirigentes locales. Pese a que estas cosas pasan lo cierto es que la gran mayoría de las ONG son un modelo de corrección y que gran parte de las acciones que se ponen en marcha suelen tener una repercusión positiva.
Indudablemente este es un mundo cada vez más sofisticado. Los que se dedican a la cooperación internacional, a la cooperación al desarrollo, necesitan de una serie de conocimientos y una formación que los hacen ser algo así como auténticos pilotos de fórmula uno. Incluso para ejercer como voluntario en una asociación de ámbito local se requiere de una serie de destrezas que hacen de esta persona algo muy alejado de aquel tópico del recaudador del domunt. No faltan voces que alertan contra una excesiva profesionalización del cooperante y de que el voluntario podría estar suplantando un posible puesto de trabajo. Habría que reflexionar en profundidad sobre esto. Además, es cierto que algunas administraciones están abusando de la estrategia de dejar en manos de ONG, mediante los oportunos concursos, la atención a sectores que no son demasiado rentables políticamente (me viene a la cabeza, por ejemplo, la atención a los menores inmigrantes) con resultados un tanto dudosos.
En definitiva, el mundo de las ONG constituye un fenómeno imparable en el que nos podemos encontrar de todo. Tan rico y complejo como la misma condición humana. Capaz de lo más sublime y, en algunos casos, (los menos) de lo más abyecto.
Disfrutado y acorde.
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