Confieso que ésta era otra de las películas cuyo estreno esperaba con ansias. Y no me ha decepcionado. Después de un par de días he podido “reposar” las sensaciones que me ha producido “Invictus”, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada en el papel de Nelson Mandela por Morgan Freeman. Creo que aquello que me ha quedado de manera nítida es el retrato que hace Freeman de Mandela. Desde luego la película refleja de manera impecable la personalidad y altura de miras del gran artífice de la transición sudafricana. Un hombre que después de 27 años de cautiverio por su lucha por los derechos humanos y civiles de más del 90% de la población negra de su país, humillada y sacrificada en lo que él mismo llamó un “genocidio moral”, supo iniciar la senda de la reconciliación. No sería de extrañar que, tal y como afirma el runruneo promocional, haya sido el mismo Mandela el que propusiera a Morgan Freeman para que fuese su alter ego. Invictus, como se sabe, es la apuesta cinematográfica de “El factor humano”, el libro de “historia novelada” (cada vez me encanta más este género) del periodista John Carlin. En este caso la película me ha llevado al libro. Estoy empezándolo y disfruto igual, que ya es decir.
Casi desde el comienzo de “Invictus” empecé a entrar en un estado de emoción sostenida. No pude dejar de acordarme de otra película que me marcó en su día, “Grita Libertad” (dirigida por Richard Attemborough en 1987), el drama sobre la vida del activista anti-apartheid, Steve Biko, asesinado por la polícia sudafricana en 1977. Me acordé también de unos de mis vídeos musicales favoritos, “Graceland: The African Concert”, promovida por Paul Simon en 1987 y en la que había una clara referencia a la situación sudafricana del momento. Para mí “Invictus” enlaza perfectamente con estos eventos y, de alguna manera, cierra el círculo que éstos dejaron abierto. Quizás lo menos importante sea el mismo hilo conductor de la película, el partido de rugby de la selección sudafricana en el mundial de 1995, símbolo de la supremacía blanca y por tanto objeto del desprecio de los negros. A priori se corría el riesgo de que “Invictus” deviniese en una especie de “Evasión o victoria”, la película dirigida por John Huston (1981) en la que Sylvester Stallone hace de portero de fútbol de un equipo formado en un campo de concentración nazi. En este caso Clynt Eastwood supo evitar caer en la posibilidad de terminar filmando una gracieta deportiva. Al contrario, hay planos verdaderamente estéticos donde queda de manifiesto la dureza de este deporte, en la que los cuerpos de los jugadores chocan entre sí como locomotoras de vapor en plena ebullición. El olfato político de Mandela, su capacidad visionaria, le lleva a utilizar esta cita deportiva como la gran oportunidad de construir un nuevo país a partir de las cenizas del anterior. ¡Y vaya si lo consiguió! Hoy en día se habla del “milagro sudafricano” como ejemplo de integración. Es cierto que el atraso y pobreza secular de la población negra hace que aún quede mucho camino por recorrer. Pero las bases están puestas y el mérito indudable es de Mandela. El gran referente moral vivo de nuestro tiempo. Hay que ver “Invictus”.
Casi desde el comienzo de “Invictus” empecé a entrar en un estado de emoción sostenida. No pude dejar de acordarme de otra película que me marcó en su día, “Grita Libertad” (dirigida por Richard Attemborough en 1987), el drama sobre la vida del activista anti-apartheid, Steve Biko, asesinado por la polícia sudafricana en 1977. Me acordé también de unos de mis vídeos musicales favoritos, “Graceland: The African Concert”, promovida por Paul Simon en 1987 y en la que había una clara referencia a la situación sudafricana del momento. Para mí “Invictus” enlaza perfectamente con estos eventos y, de alguna manera, cierra el círculo que éstos dejaron abierto. Quizás lo menos importante sea el mismo hilo conductor de la película, el partido de rugby de la selección sudafricana en el mundial de 1995, símbolo de la supremacía blanca y por tanto objeto del desprecio de los negros. A priori se corría el riesgo de que “Invictus” deviniese en una especie de “Evasión o victoria”, la película dirigida por John Huston (1981) en la que Sylvester Stallone hace de portero de fútbol de un equipo formado en un campo de concentración nazi. En este caso Clynt Eastwood supo evitar caer en la posibilidad de terminar filmando una gracieta deportiva. Al contrario, hay planos verdaderamente estéticos donde queda de manifiesto la dureza de este deporte, en la que los cuerpos de los jugadores chocan entre sí como locomotoras de vapor en plena ebullición. El olfato político de Mandela, su capacidad visionaria, le lleva a utilizar esta cita deportiva como la gran oportunidad de construir un nuevo país a partir de las cenizas del anterior. ¡Y vaya si lo consiguió! Hoy en día se habla del “milagro sudafricano” como ejemplo de integración. Es cierto que el atraso y pobreza secular de la población negra hace que aún quede mucho camino por recorrer. Pero las bases están puestas y el mérito indudable es de Mandela. El gran referente moral vivo de nuestro tiempo. Hay que ver “Invictus”.
Iba a escribir sobre la misma película que fui a ver con mi hijo el día del estreno. Pero como lo has hecho tan bien, me retracto, que me da vergüenza no estar a la altura, además, al cesar lo que es del cesar. Me encantó y no podríamos estar más de acuerdo. Las escenas del rugby: impresionantes, y eso que cuando lo presencié en Oklahoma hace años no me gustaba nada. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Vaya por Dios! No te cortes, mjt, me gustaría que pudieramos contrastar a fondo nuestras impresiones sobre esta película. Me interesa mucho tu opinión. Un abrazo.
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