Hace unos años, cuando asistí al estreno de la película Forrest Gump, tuve una sensación extraña. La primera impresión fue de encantamiento. ¡Qué película tan bonita y positiva! Sin embargo, al poco tiempo, me fue cambiando el humor. ¡Así que en EE.UU los tontos triunfan y los que piensan por sí mismos terminan cogiendo el SIDA! Salvo en el caso de George Bush es harto difícil que eso ocurra. Algo parecido me pasó en mi reciente visita a Disneyland París. Obligado por el programa estuve dos días en este megaparque de atracciones. ¡Con lo que hay que ver en París! No entiendo esa idea de que a un grupo de adolescentes hay que meterlos dos días en un parque de atracciones para compensar la visita a un museo ¡qué shock postraumático! Lo cierto es que uno al final se lo pasa bomba entre espectáculos, cabalgatas y zarandajas. Y en medio el objetivo fundamental de este montaje: las omnipresentes tiendas de souvenir que acompañan a cada atracción. Esta industria del ocio es un reflejo de la sociedad del espectáculo en la que estamos inmersos. El paraíso del ciudadano en nuestra sociedad posmoderna es un mundo de atracciones, comida basura y camisetas de Micky. Todo muy virtual, además, como el libro electrónico o la nintendo. Una cosa que me animaba era encontrar, al menos, algún material de coleccionista del Disney clásico ¡qué iluso! De todo ese emporio se ha borrado cualquier atisbo de cultura material. Estuve a punto de cambiar mi impresión cuando al doblar una esquina me topé con lo que parecía ser una librería de época. Al acercarme a la misma se reveló como un espejismo ¡era un escaparate falso! [como testigo de lo que estoy diciendo está la fotografía adjunta]. Alguien podría decir que es la ley del mercado. Que nadie va a Disneyland con la intención de comprar un libro. ¿Y por qué no? Como no tengo vocación de aguafiestas (sólo en mis clases, por supuesto) procuré pasármelo lo mejor posible con los chicos. Incluso dejé que me secuestraran y me metieran en un ascensor que caía verticalmente (no entiendo esa pasión de algunos por someter al cuerpo a no sé cuántos 'g' de gravedad). Me encantaron algunas recreaciones de piratas y de terror, me emocionó contemplar el atrezzo de algunas películas y me reí pensando en lo harto que tendrían que estar los actores que tienen que salir todos los días en la cabalgata. El triunfo de esta gente es el habernos hecho creer que todo niño con unos padres medianamente sensibles tiene que pasar algún día de su vida por esta moderna Meca. ¿No has llevado aún a tu hijo a Disneyland? Incluso yo estuve a punto de caer en la trampa.
Nunca he llevado ni he ido a un lugar de estos, creo que mis hijos llegaron tarde y tuve la suerte de evitarme el compromiso. Un abrazo.
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