Todos los analistas del presente están de acuerdo en que las redes sociales han transformado las claves de las relaciones interpersonales. Atrás quedó el mundo de la carta manuscrita, de la tarjeta postal y, dentro de poco, incluso el del correo electrónico. Con pulsar “Enviar un mensaje a...” en el muro del interlocutor quedan satisfechas todas las necesidades comunicativas. De paso husmeas en las últimas fotos, las nuevas “amistades” o los eventos a los que piensa ir tal o cual persona. El paraíso del voyeur, vaya.
Se hace un uso de las redes en función de lo que en realidad se es. El político cuelga una fotografía “profiden” y hace campaña las 24 horas del día, el empresario oferta su producto, el activista lanza proclamas, el ocioso pasa el tiempo probando galletitas de la fortuna o curioseando en los muros ajenos, el hiperactivo comparte hasta el último de los pensamientos que le pasan por la cabeza e inunda los muros con todo tipo de mensajes prescindibles. Es decir, seguimos haciendo lo que ya hacíamos antes pero multiplicado hasta el infinito a través de la ciberesfera.
Las redes sociales vienen a ser la manifestación estrella de la globalización, el sueño del mundo en un pañuelo. La comunicación instantánea y poliédrica al alcance de todos. Se cuenta que hace unos años, en los inicios de esta historia, cuando comenzaron los primeros y rudimentarios chats a través de internet, muchos estudiantes norteamericanos que se alojaban en distintos colegios mayores se comunicaban con sus compañeros a través de este medio sin que fuesen capaces, a continuación, de dirigirse siquiera la palabra cuando coincidían por los pasillos. La comunicación a través de internet ha generado, como toda innovación, un horizonte nuevo de oportunidades pero también no pocas anomalías. Este es un medio que favorece la ocultación y la simulación. Es difícil saber quién es de verdad nuestro interlocutor y si es cierto lo que afirma. Con eso hay que contar, aunque está claro que cuando se trata de menores, y de no pocos incautos, la cosa puede adquirir tintes inquietantes. Los depredadores, que los hay en todas partes, han encontrado nuevos territorios de caza en internet.
No olvidemos que, ante todo, las redes sociales son una nueva forma de hacer negocio. No son una ONG de la comunicación. Ahora que incluso la televisión está siendo desplazada por el ordenador el mundo de la publicidad, que es el que mueve el cotarro, ha puesto sus antenas en este nuevo fenómeno. Otra vez somos receptores pasivos de todo tipo de emisiones publicitarias. Cada vez que pulsamos el “ratón” en una red social nuevos mensajes publicitarios se activan y, al igual que pasaba con aquellas supuestas experiencias en las que nos colaban una imagen subliminar entre los fotogramas de una película, la mayor parte es de éstos pasan directamente a nuestro inconsciente, el lugar donde se cuecen los impulsos, sobre todo los consumistas.
Quien no tiene un perfil colgado en alguna de estas redes sociales “no es nadie”. Del mismo modo que lo que no se anunciaba en televisión no existía, el que no tiene su pequeño huequito y trata de llenarlo de “amigos” queda completamente “out”. De todos modos, aún hay ciberresistentes que guardan celosamente su privacidad y recelan de lo que pueda haber al otro extremo del ordenador. En realidad cada uno vende lo que quiere. En esta feria de las vanidades que son las redes sociales la identidad individual termina siendo algo parecido al despliegue de plumas del pavo real.
El efecto multiplicador y amplificador de las redes sociales también está dando lugar a fenómenos interesantes: la difusión de ideas y, curiosamente, a nuevas formas de movilización social. Está claro que como la peña anda enganchada, ahora las manifestaciones han devenido en 'ciberacciones'. Y algunas han tenido efectos muy interesantes. Los fans de internet ponen el acento es que es uno, por no decir el único, de los espacios de libertad real (con la excepción de chinos y cubanos, por citar algunos de prisa y corriendo, entre otros países alérgicos a que la gente piense por su cuenta). Puede que tengan razón, pero en el caso de la generalización de las redes sociales sólo espero que, al final, lo virtual no devore completamente a lo personal. Pese a las ventajas indudables de las redes sociales estamos, me temo, introduciendo demasiados intermediarios en la comunicación, y eso terminará por cobrarse algún precio en la salud mental del personal.
Se hace un uso de las redes en función de lo que en realidad se es. El político cuelga una fotografía “profiden” y hace campaña las 24 horas del día, el empresario oferta su producto, el activista lanza proclamas, el ocioso pasa el tiempo probando galletitas de la fortuna o curioseando en los muros ajenos, el hiperactivo comparte hasta el último de los pensamientos que le pasan por la cabeza e inunda los muros con todo tipo de mensajes prescindibles. Es decir, seguimos haciendo lo que ya hacíamos antes pero multiplicado hasta el infinito a través de la ciberesfera.
Las redes sociales vienen a ser la manifestación estrella de la globalización, el sueño del mundo en un pañuelo. La comunicación instantánea y poliédrica al alcance de todos. Se cuenta que hace unos años, en los inicios de esta historia, cuando comenzaron los primeros y rudimentarios chats a través de internet, muchos estudiantes norteamericanos que se alojaban en distintos colegios mayores se comunicaban con sus compañeros a través de este medio sin que fuesen capaces, a continuación, de dirigirse siquiera la palabra cuando coincidían por los pasillos. La comunicación a través de internet ha generado, como toda innovación, un horizonte nuevo de oportunidades pero también no pocas anomalías. Este es un medio que favorece la ocultación y la simulación. Es difícil saber quién es de verdad nuestro interlocutor y si es cierto lo que afirma. Con eso hay que contar, aunque está claro que cuando se trata de menores, y de no pocos incautos, la cosa puede adquirir tintes inquietantes. Los depredadores, que los hay en todas partes, han encontrado nuevos territorios de caza en internet.
No olvidemos que, ante todo, las redes sociales son una nueva forma de hacer negocio. No son una ONG de la comunicación. Ahora que incluso la televisión está siendo desplazada por el ordenador el mundo de la publicidad, que es el que mueve el cotarro, ha puesto sus antenas en este nuevo fenómeno. Otra vez somos receptores pasivos de todo tipo de emisiones publicitarias. Cada vez que pulsamos el “ratón” en una red social nuevos mensajes publicitarios se activan y, al igual que pasaba con aquellas supuestas experiencias en las que nos colaban una imagen subliminar entre los fotogramas de una película, la mayor parte es de éstos pasan directamente a nuestro inconsciente, el lugar donde se cuecen los impulsos, sobre todo los consumistas.
Quien no tiene un perfil colgado en alguna de estas redes sociales “no es nadie”. Del mismo modo que lo que no se anunciaba en televisión no existía, el que no tiene su pequeño huequito y trata de llenarlo de “amigos” queda completamente “out”. De todos modos, aún hay ciberresistentes que guardan celosamente su privacidad y recelan de lo que pueda haber al otro extremo del ordenador. En realidad cada uno vende lo que quiere. En esta feria de las vanidades que son las redes sociales la identidad individual termina siendo algo parecido al despliegue de plumas del pavo real.
El efecto multiplicador y amplificador de las redes sociales también está dando lugar a fenómenos interesantes: la difusión de ideas y, curiosamente, a nuevas formas de movilización social. Está claro que como la peña anda enganchada, ahora las manifestaciones han devenido en 'ciberacciones'. Y algunas han tenido efectos muy interesantes. Los fans de internet ponen el acento es que es uno, por no decir el único, de los espacios de libertad real (con la excepción de chinos y cubanos, por citar algunos de prisa y corriendo, entre otros países alérgicos a que la gente piense por su cuenta). Puede que tengan razón, pero en el caso de la generalización de las redes sociales sólo espero que, al final, lo virtual no devore completamente a lo personal. Pese a las ventajas indudables de las redes sociales estamos, me temo, introduciendo demasiados intermediarios en la comunicación, y eso terminará por cobrarse algún precio en la salud mental del personal.
Sin comentarios.
ResponderEliminarSalud-os
Estamos preparando el subsuelo del maniana. Desde la atalaya de circunstancia, reconozco lo que de bueno y malo tienen estas redes, la cuestion, la de siempre: esta en funcion de la madurez del individuo y de como ha interpretado la educacion que ha recibido. Con un poco de suerte asomare las narices a ese mundo a traves de mis nietos. Por ahora no tengo interes en contactar a nivel superficial con antiguos amig@s o companier@s que no lo haya hecho con anterioridad y por otros medios mas rudimentarios. Los enganios o mentiras de los demas tampoco me incumben, afortunadamente, porque las formas me resultan indiferentes, justo lo que la sociedad suele valorar, y los fondos son los que son, y se manifiestan con facilidad, incluso hay algunos pobres que no tienen acceso a su realidad coyuntural. En cuanto al precio de la salud mental general, quiiiiia, si la cosa anda muy mal, ir a peor hasta que reventemos sera lo normal. Ojala me equivoque. Un abrazo.
ResponderEliminarNecesitamos alguien joven y con ganas, que coordine un grupo de trabajo en Tenerife: <el control emocional en la Enseñanza Secundaria". Hemos pensado en Ud. Don Damián y esperamos que recoja el guante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Efectivamente, Emejota, uno mismo es un usuario habitual de estas cosas, lo que pasa es que no por ello hay que dejar de tener ciertas prevenciones. Un abrazo. Abilio: me sobreestimas (y gracias por lo de joven).
ResponderEliminarNo sólo yo le estimo amigo Damián, la Asociación Recreas le ha distinguido a Ud. como Maestropasión 2010. Me uno a ese merecido reconocimiento, porque con este galardón somos muchos los que nos sentimos premiados. ¡Felicidades!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
P.D.:Siempre serás joven si así mantienes tus ideas, no dejes nunca de ser el estudiante que un día fuistes.