Hace 20 años la caída del Muro de Berlín me pilló estudiando en la Facultad. Fue un momento apasionante porque, si bien ya se venía barruntando desde hace tiempo el desmoronamiento del Bloque Comunista, la caída del Muro parecía simbolizar algo más: la clausura definitiva del paradigma marxista inaugurado en el siglo XIX. De hecho Francis Fukuyama se apresuró a acuñar su famoso (y también fracasado) “Fin de la Historia” entendida como la lucha dialéctica entre el liberalismo y el comunismo, proclamando la victoria sin ambages del primero. Muchos quisimos distinguir claramente, a la luz de los acontecimientos, entre el pensamiento del viejo Marx, la deriva leninista y ya no digamos la irrupción del criminal Stalin. Lo que sí supuso indiscutiblemente fue el fin de la Guerra Fría. Pero ésta, al poco tiempo, dejó entrever otra guerra no menos terrible: la existente entre los países ricos del Norte y los países empobrecidos del Sur que se acrecienta cada día.
Pero volviendo al evento en cuestión, resulta aún emocionante recordar aquellas escenas en las que la ciudadanía berlinesa asaltó el muro infame, llevándose por delante, en el caso de los berlineses orientales, a un gobierno de la RDA completamente desbordado por la “aceleración de la historia”. El muro de la vergüenza terminó de la noche a la mañana convertido en cascotes para souvenir. En su momento llegué a tener dos minúsculos trozos: uno que me trajo un amigo de Berlín y otro que regalaba una revista (con su certificado correspondiente). Ahora ni siquiera sé ya dónde están. Otra buena metáfora ésta.
Terminé de leer hace unos días unos más de esos libros conmemorativos: “La caída del Muro de Berlín” de Jean-Marc Gonin y Olivier Guez (Alianza, 2009). Un libro de “historia novelada” (que no novela histórica, cuidado) de los que tanto éxito tienen últimamente. Y este libro en cuestión tiene todos los ingredientes para disfrutar de ese éxito. Aborda los hechos desde múltiples perspectivas: desde la cúpula soviética y alemana, desde algunas cancillerías europeas y, sobre todo, desde la perspectiva de los ciudadanos de a pie que, al fin y al cabo, se convirtieron en los grandes protagonistas. Esas historias se van trenzando hasta coincidir en el momento histórico en el que concluyó, de hecho, el siglo XX.
Pero volviendo al evento en cuestión, resulta aún emocionante recordar aquellas escenas en las que la ciudadanía berlinesa asaltó el muro infame, llevándose por delante, en el caso de los berlineses orientales, a un gobierno de la RDA completamente desbordado por la “aceleración de la historia”. El muro de la vergüenza terminó de la noche a la mañana convertido en cascotes para souvenir. En su momento llegué a tener dos minúsculos trozos: uno que me trajo un amigo de Berlín y otro que regalaba una revista (con su certificado correspondiente). Ahora ni siquiera sé ya dónde están. Otra buena metáfora ésta.
Terminé de leer hace unos días unos más de esos libros conmemorativos: “La caída del Muro de Berlín” de Jean-Marc Gonin y Olivier Guez (Alianza, 2009). Un libro de “historia novelada” (que no novela histórica, cuidado) de los que tanto éxito tienen últimamente. Y este libro en cuestión tiene todos los ingredientes para disfrutar de ese éxito. Aborda los hechos desde múltiples perspectivas: desde la cúpula soviética y alemana, desde algunas cancillerías europeas y, sobre todo, desde la perspectiva de los ciudadanos de a pie que, al fin y al cabo, se convirtieron en los grandes protagonistas. Esas historias se van trenzando hasta coincidir en el momento histórico en el que concluyó, de hecho, el siglo XX.
Me han gustado mucho tus posts de Noviembre, no llegue a leerlos porque no conocía todavía la técnica del seguir. Ahora ya podré. Savater de mi generación, de lo mas normal para mi, anormales los demás. Lo de la vida lenta, lo suscribo y lo practico. Qué casualidad escribiendo sobre el muro de Berlin, tengo un cachito del mismo en el trastero, me lo trajo mi hijo que pasó por allí aquel verano, cuando estaba estudiando aleman. Tenía 16 años. Ahora trabaja en Alemania y tengo nietos nacidos allá.
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