Cuando oigo la palabra “esfuerzo” en boca de lo más florido de la derecha, refiriéndose a cuestiones educativas, no puedo evitar algún que otro calambre muscular (y una pequeña pero molesta palpitación en la yugular). Parece que la mayor parte de los problemas que aquejan a la educación, el bajo rendimiento académico, el absentismo escolar, la tasa de abandono, etc. es fruto de una baja “cultura del esfuerzo”. O sea, que el personal, con la complicidad del profesorado, está completamente amodorrado y, claro, así nos va. Esto se arregla -dicen, con unos buenos golpes sobre la mesa y la invitación a hacer mutis por el foro a la numerosa caterva de vagos y maleantes que pueblan las aulas. El problema de la derechona es que tiene una enfermiza propensión a no ver más allá de la jaula de oro en la que habita. Extrapolan el medio ambiente de sus exclusivos colegios privados y concertados al conjunto del sistema educativo y les cuesta, por ello, pensar que esos alumnos con “necesidades educativas especiales” o, simplemente, los alborotadores y maleados por años de desfase, desinterés o desestructuración familiar no sean poco más que una especie de alienígenas invasores. En su medio escolar, donde el muchacho tiene el mundo a su alcance, en el que cualquier dificultad se encara con profesores particulares, viajes al extranjero, tecnología informática de última generación y alguna que otra oportuna observación del director del centro hacia el profesor que ha tenido la osadía de suspender a Fulanito de Tal, cuyo padre o madre disfruta de una abultada cuenta bancaria, es muy fácil hablar de esfuerzo. De todos modos, admitamos que hablar de esfuerzo no es tan poco una cosa mala (¡faltaría más!) pero en la medida en que se pongan las bases de una efectiva igualdad de oportunidades.
El problema es que esto de la “Igualdad de Oportunidades” a la derechona le suena a un peligroso residuo stalinista. No es de extrañar, entonces, que las becas haya que reducirlas año tras año, y que la nota necesaria para acceder a ellas pueda elevarse hasta el punto de que apenas permita que algún lumbrera exótico, procedente de las clases desfavorecidas, tenga la posibilidad de codearse con la élite social (por aquello de guardar las apariencias); que las tasas universitarias puedan encarecerse brutalmente puesto que eso es, al fin y al cabo, un lujo solo al alcance de quienes pueden permitírselo o que la escuela pública en general termine convirtiéndose en un gigantesco aparcadero de jóvenes marginales (para lo que no hace falta tanta inversión). Al final, todo se arregla con un poco más de esfuerzo. El mismo que le piden a la ciudadanía a la hora de afrontar las subidas de todo tipo de impuestos directos e indirectos mientras le recortan los sueldos o directamente le dejan de patitas en la calle. Hemos dejado que este país lo gobierne una pandilla de plutócratas que piensan como señores feudales. Mientras, los bobos alegres lamentan que Pep Guardiola deje próximamente el Barça. Infelice.