miércoles, 31 de octubre de 2012

La marca España

Hasta hace poco la idea de ‘Estado’ (con permiso de los neocon), era todavía un cierto garante de protección social y redistribución de la riqueza (he dicho “un cierto garante” –que está claro que la cosa nunca ha sido para tirar cohetes). Pero he aquí que en los avatares del turbocapitalismo nos vamos enterando de que incluso el Estado se ha convertido en una corporación más. No sorprende, por tanto, que se hable ya alegremente de cosas como la ‘marca España’ y otras zarandajas nada inocentes. En efecto, el Estado es ya una marca de consumo ligada a una especie de trust empresarial. Pero a diferencia del trust clásico donde un conjunto de empresas están controladas por una misma dirección son estas las que ejercen el control real del Estado. Mientras estábamos ocupados con la cosa del fútbol o decidiendo si unos eran naciones y otros nacionalidades el asalto al Estado por parte del poder económico y financiero se ha completado con un éxito rotundo. Ahora resulta que el poder ejecutivo se ha transformado en una suerte de consejo de administración y el Congreso de los Diputados en una asesoría legal.
En este contexto, titulares como el que no hace poco sacó un periódico de la derechona de este país cobra todo su significado profundo: “La ultraizquierda arruina la marca España”. Hacía poco que no leía algo tan tendencioso en apenas tres sustantivos y un verbo. Todo el que se mueve en este país pertenece al peligroso y cavernario mundo de la ultraizquierda que arruina (es decir, destruye, echa a perder) la línea de productos comerciales en lo que se ha transformado el término ‘España’. Así que lo que nos toca a partir de ahora es enfundarnos en un traje de faralaes y poner cara de eterna fiesta a ver si logramos vender un par de fregonas más, algún que otro jamón de jabugo y llenamos las infectas torres de apartamentos de Torremolinos o Los Cristianos de buenas remesas de turistas empobrecidos de Manchester. Cualquier otra actitud es poco menos que sospechosa de alta traición. La derechona apuesta por la vieja política de barrer la basura debajo de la alfombra, por mucho que esa ‘basura’ tenga el aspecto de casi seis millones de parados y decenas de miles de personas vilmente expulsadas de sus viviendas. En este nuevo orden de cosas nos acercamos peligrosamente a un mundo de ciudadanos (con poder adquisitivo) y súbditos (que no tienen donde caerse muertos), a una democracia del capital que es tanto como decir una tumba para los derechos civiles. Lo peor de todo, sin embargo es que el vulgo, haciendo caso del papel que le corresponde, santifica esta política por activa y por pasiva (a las elecciones gallegas me remito). Así que, conciudadanos, ¡a portarse bien! para que las élites políticas y económicas de este país puedan seguir pagándose el servicio y el yate atracado en Puerto Banús. Esto es: para que el orden natural de las cosas siga su curso mientras la Liga de Fútbol llega a su ecuador y los explotados de siempre levantan banderas para arrojárselas unos a otros con el fin de distraerse de lo vacía que está su cesta de la compra.

    jueves, 18 de octubre de 2012

    Gracias, señor Wert.


    Una asamblea de alumnos después del recreo en el hall de mi centro… pensaba que estas cosas ya no las volvería a ver y ¡me alegro! El ministro Wert, verdadero ariete de la derechona más rampante, ha tenido la virtud de empezar a movilizar aquellas energías que permanecían en modo eco desde tiempos casi inmemoriales. Que una confederación de padres y madres de alumnos convoque una huelga, secundada por varios sindicatos de estudiantes, ha sido toda una (grata) novedad. La reacción de Wert, secundada a su vez por las asociaciones católicas (para quienes debemos vivir en el mejor de los mundos posibles), no se ha hecho esperar: aquí todo el que se mueve es un peligroso ultraizquierdista. Así que estos alumnos de mi centro son peligrosos ultraizquierdistas. ¡Y yo sin caer en la cuenta!, ¡jugándomela todos los días rodeado de jóvenes incendiarios, antisistemas, vagos y maleantes! ¡Gracias, señor ministro, por abrirme los ojos! El ejercicio de educación para la ciudadanía que ayer creí ver en mi centro, de puesta en práctica de un sinfín de competencias básicas, no era sino una algarada de una pandilla de potenciales unabombers.
    Afortunadamente, la paz de los cementerios que la ultraderecha (esos sí que son ultras de verdad) quiere imponernos empieza a resquebrajarse. A pesar de la llamada pretendidamente ejemplarizante de quienes sostienen que con el ora et labora se arreglan los problemas del mundo, la perroflautería internacional, los estudiantes sin papás con chequera interminable, los parados (que no quietos), los transeúntes que apenas llegan a final de mes y las depauperadas clases medias empiezan a no estar por seguir manteniendo la boca calladita. La masa estudiantil, que antaño hiciera temblar a los prebostes que ocupaban el poder como se ocupa un sillón catedralicio, vuelve por sus fueros. Dicho de otra forma: ¡no está todo perdido! A pesar de la evidente bisoñez en estas cuestiones de nuestros alumnos, reconfortaba “Wert” cómo, micrófono en mano, se hacían preguntas que a nuestro poder pepero le debe hacer maldita la gracia: “¿podremos pagarnos la universidad?”, “¿podremos acceder a una  beca?”, “¿tendremos que emigrar de nuestras islas?”… resumidas en un estremecedor “¿qué será de nosotros?”. Claro que a estos chicos les ha dado por pensar, por hacer un alto en las cuitas de la liga de fútbol, e, inevitablemente, ¡la hemos liado! Pues ¡a seguir liándola, querido alumnado!, ¡que nadie les arrebate la voz ni la esperanza!

    domingo, 14 de octubre de 2012

    El artista y la modelo


                                                                                                                                                                             A  LL.
    Preciosista. Esta es la primera palabra que me viene a la cabeza después de haber visto “El artista y la modelo”, la última película de Fernando Trueba. Impresiona en primer lugar el lenguaje estético, visual, elegido por el director. Trueba convierte su película en un fresco pictórico que pese a estar rodada en blanco y negro o,  mejor dicho, gracias a que está rodada en blanco y negro, alcanza unos matices que podríamos calificarlos casi como impresionistas. Sin embargo, este lenguaje enormemente cuidado, que se sustancia en una fotografía que raya la perfección, no es un mero ejercicio de estilo, está al servicio de una historia que trata de algunos de los universales de la condición humana: el amor, la pulsión estética, la transmisión del saber entre las generaciones y la muerte, como telón de fondo y que, lejos de ser un acontecimiento traumático, se convierte en un tránsito natural y elegido por el protagonista.
    Trueba plantea en esta película la relación entre una jovencísima, provinciana e inexperta modelo y un artista, un escultor para más señas, en el ocaso de su carrera. La acción transcurre en la Francia ocupada por los nazis, a comienzos de la II Guerra Mundial. La aparición de esta joven supone un postrero impulso artístico, y vital, para un artista que llegó a ser muy célebre y que se encuentra cara a cara frente a un vacío existencial. El proceso de elaboración de la escultura para la que posa la joven modelo se convierte en una metáfora de la vida misma: el bocetaje, muchas veces problemático, la estructura interna, las primeras formas, la maduración y el acabado final. En este tránsito se produce además un proceso de ósmosis: al mismo tiempo que el artista se vacía en el hecho artístico la modelo va creciendo como persona, en un acto de generosidad casi inconsciente. En ese proceso hay también, lógicamente, un momento de encuentro, en el que la diferencia de edad, formación y posición social, pasa a un segundo plano frente al reconocimiento mutuo, en toda su dimensión vital, que dos personas sienten como consecuencia de la intensidad emocional de esa peculiar relación. “El artista y la modelo” es una película para quienes, precisamente, entienden la vida como una pulsión, del tipo que sea, pero una pulsión al fin y al cabo.